fbpx

22 consejos para educar en el fracaso

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
0

Por Javier Peris

 

Tenía razón Kipling en calificar de igualmente impostores al triunfo y al fracaso. Lo que pasa es que Kipling ya estaba talludito y, sobre todo, muy vivido cuando llegó a esta lúcida conclusión. Porque fracasar joroba, y a todas las edades, y para paliar los estragos en la autoestima y de la vergüenza no basta con racionalizar con acierto.

 

  1. ¿Culpables? Hay cosas que hacemos y cosas que nos pasan. No siempre somos responsables de los fracasos, aunque tendemos a pensar que algo tenemos que ver, especialmente cuando se trata de desdichas graves: ‘tenía que haberlo visto venir’, etc. Como en la vida ya tendremos demasiadas ocasiones en las que estos límites son dudosos, es buena cosa aprender desde pequeños a concedernos el beneficio de la duda y desechar culpabilidades infundadas o solo probables.

 

  1. Sí pasa algo. ‘No pasa nada, chaval’, puede ser la primera reacción de los padres… pero solo debe ser la primera. No podemos ignorar los errores de los hijos ni quitar importancia -la que tengan- a las meteduras de pata. Sufrir la vergüenza de los fallos es necesario para aprender de ellos, pero si nos quedamos solo en el arrepentimiento no avanzaremos mucho: hay que hablar del asunto y detectar las causas que, por otra parte, a esas edades suelen ser bien simples.

 

  1. Listones. ¿Son necesarios los fracasos para aprender a ser felices? No; simplemente los fracasos son inevitables, y de su adecuada gestión interna y externa aprendemos a asumirlos y a sacar alguna enseñanza útil. Hay padres que casi se alegran de los fracasos de sus hijos: ‘Así aprenderá lo que es la vida’. Y no es eso: siempre es mejor ir por la vida sin la carga o el recuerdo de un tropiezo. No pongamos el listón demasiado alto solo por estimular a los hijos.

 

  1. Siempre están ahí. De pequeños, de mayores y de muy mayores los seremos humanos no dejamos de sufrir la decepción o la rabia o la desesperanza que comporta el fracaso. Y más allá de los consejos o de la ayuda que en esos momentos recibimos de los padres, lo que de verdad apreciamos en ellos es el refugio emocional, la compañía, la comprensión. Ni amigos, ni hermanos ni gurús espirituales: no hay contrapeso más efectivo, más útil y productivo que unos buenos padres para afrontar el fracaso.

 

  1. Hazlo tú. El miedo al fracaso paraliza. Y no hablamos de la decisión de estudiar para notario. Si los padres no son capaces de enseñar, con paciencia y cariño, a cocinar una tortilla o a hacerse la cama, no nos extrañemos si el niño se inhibe de las tareas de la casa. Si cada vez que hacen mal la cama escuchan una bronca, evitarán comprometerse en otras cosas.

 

  1. Yo también fracaso. Los hijos saben, aunque piensen poco en ello, que los padres también fracasan. Pero solo cuando estos lo explican con algún detalle se dan cuenta de verdad de que fallar, fallamos todos, y a veces de una manera vergonzante. Hablar de los propios fracasos a los hijos es bueno, sobre todo, para los padres, que serán más ecuánimes y equilibrados en sus reacciones ante el fracaso de los pequeños. Y estos aprenderán que equivocarse forma parte de la vida -también- adulta.

 

  1. La negación. Se trata de un mecanismo de defensa que surge en la más tierna infancia y que afortunadamente suele decaer con los años: para no sufrir el fracaso lo mejor es negarlo, y no solo ante los demás. Si se prolonga en el tiempo acaba convirtiéndose en un pilar de la autoestima y estamos hablando ya de una auténtica patología. Hay niños predispuestos a eliminar de su mente todo lo desagradable que tenga además un punto de culpabilidad. Si lo detectamos, no menospreciemos su importancia.

 

  1. Abandonar… o no. Las lecciones de danza son un suplicio semanal sin resultados visibles. Las clases de alemán no consiguen interesar mínimamente al chaval. Y el deporte… quizá no sea lo suyo. ¿Abandonamos? Siempre que no sea después de la primera clase, estas situaciones son una buena ocasión para requerir las opinión de los pequeños, y que aprendan a distinguir la pereza, la desmotivación y el miedo. Caerse de la bici nunca será un argumento para no volver a intentarlo, pero la gramática alemana…

 

  1. Fracasamos juntos. Los padres con más experiencia seguro que han vivido esto: el chico o la chica han estudiado intensamente, mucho más de lo normal, ante un reto académico exigente… y han fallado. Y nos duele tanto como a ellos, y la tarea de gestionar el fracaso nos afecta personalmente y nos sentimos más unidos que nunca a ellos. El apoyo emocional resultará más sencillo, pero habrá que esforzarse más en ayudarles a levantarse y poner los medios para volver a intentarlo.

 

  1. Menos consejos. Cuidado con convertirnos en padres y madres aconsejadores. Desde nuestra privilegiada atalaya de la madurez creemos saber en cada momento lo que hay que hacer y cómo. Peor aún: creemos que nuestras experiencias vitales, también las de la infancia, son siempre trasladables a la situación de los hijos. Aconsejar sin más es lo más sencillo (lo hacemos casi cada día con amigos, compañeros, jefes…) porque compromete muy poco. Y ahí está diferencia: el consejo no debe separarse del compromiso.

 

  1. Diferentes e iguales. Cada persona percibe el fracaso y se enfrenta a él de manera diferente porque todos somos diferentes. Un hijo puede necesitar más apoyo emocional que sus hermanos; otros se sienten incómodos cuando reciben ánimos y consejos; de otros nos costará enterarnos si han triunfado o fracasado… Pero a todos nos une la misma necesidad biológica: no sentirnos solos. Con más o menos sutileza, con más o menos diálogo, los niños deben sentirse acompañados y protegidos.

 

  1. Con quién hablar. De los adultos se dice que nos cuesta menos hablar de nuestras miserias en la barra del bar que en casa. Y los psicólogos -y el sentido común- aseguran que esta suerte de desahogo ni consuela ni estimula. Los niños y jóvenes también sufren esa tentación: sincerarse con los amigos y amigas es menos comprometido que hacerlo con los padres. Si desde pequeños conseguimos que esto no ocurra habremos logrado algo extraordinario.

 

  1. Antes del fracaso. Hay situaciones tan evidentes que hasta el más torpe de los padres sabe que van a terminar mal. Pero el hijo está empeñado en seguir y se hace las correspondientes ilusiones. ¿Qué hacemos? Depende de la gravedad del tortazo que se avecina. Hay casos en que los padres están obligados a evitar el fracaso de los hijos, pero que no sea por evitarles el disgusto sino porque objetivamente las consecuencias no son deseables.

 

  1. Fracaso escolar. Es uno de esos sentimientos profundos y que de alargarse demasiado pueden condicionar gravemente la personalidad de los niños y jóvenes. El fracaso escolar afecta a la autoestima, a toda la familia, a las relaciones con la escuela y con los compañeros, a las expectativas de futuro internas y externas… Gestionar bien esta situación es imposible… solos. Hay que ayudarse de tutores y profesores, y ayudarles a ellos.

 

  1. Fracasos que no lo son. El fracaso académico no siempre es lo que parece. Afortunadamente en los últimos años padres y profesores (sobre estos últimos) han ido asumiendo que el itinerario escolar sirve -también- para saber si los menores tienen las condiciones necesarias para completar la ruta clásica (Bachillerato y Universidad) o si por el contrario deberían acceder a ciclos formativos concretos más acordes con sus habilidades y motivaciones. La ESO, por supuesto, es innegociable, pero a partir de ahí el futuro se puede construir de muchas formas.

 

  1. Fracaso sentimental. Si queremos ser conceptualmente estrictos el fracaso amoroso no existe. En otros aspectos los fracasos, aunque sirvan para aprender, no son deseables ni buenos en sí mismos. En cambio, los desamores, rechazos y humillaciones en el terreno sentimental sí son absolutamente imprescindibles para madurar -o no- en las relaciones con el otro sexo. Solo una idea muy básica: los padres no deben pensar que ‘son cosas de la edad’ y mirar hacia otro lado e inhibirse cuando el chico o la chica lo está pasando mal.

 

  1. El duelo. El chico o la chica tiene motivos para entristecerse, incluso para llorar. Los padres pueden y deben ayudar en lo que puedan, que siempre es algo, pero que no aspiren a evitar el dolor o la vergüenza, que son las consecuencias normales de todo fracaso. Como suele decir, por extensión de la pérdida de un ser querido, el duelo hay que pasarlo; es más, puede ser muy perjudicial para la madurez de los jóvenes saltarse este proceso.

 

  1. Sufrir por todo. Vale, hay que acusar el golpe pero sufrir, solo por lo que toca. ¿La decepción es porque el examen no refleja lo que nos hemos esforzado… o porque mamá se va a llevar un disgusto? ¿Me siento avergonzado porque no he sido capaz de terminar ese proyecto… o porque temo las -supuestas- críticas que van a surgir a mi alrededor? Sufrir por lo que no se debe es estúpido y estéril. Aquí los padres sí podemos ayudar a racionalizar.

 

  1. No es una argucia psicológica sino una necesidad constante para enfrentarse tanto al éxito como al fracaso. Enfrascados en el proyecto pensamos que todo gira a su alrededor, que hasta las personas más cercanas no tienen otra cosa que hacer que pensar en cómo nos va a todas horas. Y que lo que nos ocurre en este día, en esta semana o en este mes es lo más importante en nuestras vidas.

 

  1. Hemos pasado el duelo, nos hemos distanciado del fracaso y ahora toca… rectificar. En los estudios, en los amores, en las amistades, en la familia, en el trabajo, en el deporte…, raro es el aspecto de nuestras vidas que no pueda crecer y mejorar sobre -también- las ruinas de nuestros fracasos. Algunas veces se requiere incluso papel y boli; es decir, analizar las causas, reorientar los objetivos y probar con otros medios y personas.

 

  1. Medir las fuerzas. Ya sabemos que el fracaso no debe desmotivar, paralizar. Sin embargo, una enseñanza útil puede ser establecer los propios límites. Los jóvenes son para esto muy patosos; creen que para conseguir algo basta con quererlo mucho (filosofía Operación Triunfo). Los adultos nos pasamos por el lado contrario: nos hacemos excesivamente cautelosos. Una situación pintiparada para debatirla con nuestros hijos.

 

  1. Lo más difícil. Sobre el fracaso se pueden escribir estos 22 párrafos y mucho más y, sin embargo, aprender del éxito… ¡eso sí es difícil! Si la frustración hace complicado analizar con objetividad las causas y la auténtica proporción de cada fracaso, la sensación del éxito hace prácticamente imposible una mínima objetividad. Porque en el fondo, como escribió Kipling, se trata prácticamente de lo mismo. O como escribió la Santa de Ávila: la humildad es… la verdad.

 


 

 

Dos películas sobre el éxito y un perdedor

Wall Sreet (1987)

Hay algo aún más perturbador -y extendido- que el miedo al fracaso: el miedo a no triunfar. En algunos ambientes sociales y profesionales está muy presente, sobre todo en los jóvenes. Wall Street es una de las películas más redondas de Oliver Stone, con una moraleja que no por sencilla y previsible es menos relevante. Uno de los mejores papeles de Michael Douglas.

Glengarry Glen Ross (1992)

Adaptación impecable e impactante del Pulitzer de David Mamet. Una inmobiliaria. Unos agentes que necesitan alcanzar unos objetivos de ventas. El éxito y el fracaso en la vida se identifican con el éxito y el fracaso profesional. Y esto ocurre en una inmobiliaria de casas de lujo como Glengarry Glen Ross… y en el quiosco de la esquina. Extraordinario Jack Lemmon.

Severus Snape

Para los millones de lectores de Harry Potter el final de este personaje supuso una revelación de una profundidad insospechada. Antipático, rencoroso, mezquino y hasta cruel, solo conocimos el elevado sentido de su vida cuando dejó este mundo, en una de las escenas más logradas escritas por la extraordinaria autora de esta saga.

 

 

 

 

 

 

 

0
Comentarios