Vivimos una época altamente contaminada de una sutil polución: el chisme. Proliferan los correveidiles, auténticos chismeadictos, que se dedican a envenenar las relaciones humanas. Van sembrando dudas, verdades a medias o simples habladurías malintencionadas: “¿Sabes qué me han dicho…? ¿A qué no sabes que…? Ayer, fulanito, me aseguró que…”
Nuestros menores se contagian de esta epidemia de malsanos cotilleos. Y ahora, además, disponen de poderosos medios tecnológicos para hacer correr aún más sus chismes, por ejemplo con las páginas de Facebook denominadas Informer, o las aplicaciones móviles como Gossip (rumor, en inglés).
Así la dramática área de acción del “ciberbullying” se va ampliando con estos nuevos recursos electrónicos… con el agravante de que las denuncias se hacen desde el más cobarde anonimato. ¡Pobre del niño o de la niña que sea envidiado por sus compañeros! Lo pondrán desnudo en la picota al instante. (La envidia sigue siendo “el pecado capital de los españoles”, como sentenciaba el recordado Fernando Díaz-Plaja).
Hagamos que nuestros hijos amen la verdad y huyan de los mentideros. Que se les llene la boca contando las admirables virtudes de sus compañeros, de sus hermanos, de sus padres y demás familiares… y minimicen en lo posible, o silencien si pueden, los defectos que puedan ver en ellos.
Un buen consejo para darles es que hagan suyo el sagaz “triple filtro” que se atribuye a Sócrates. Se lo cuento. Un día iba paseando el gran filósofo griego y se le acercó un joven alumno. “Maestro, sabe lo que escuché acerca de su amigo…”, le dijo sin más preámbulos. “Espera un momento –replico Sócrates. Antes de decirme nada quiero que pases lo que yo llamo el triple filtro”. “El primer filtro es la verdad: ¿estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?”, le espetó. “No –dijo el joven-, en realidad me llegó el rumor de que…”. “Vayamos al segundo filtro –continuó el filósofo-, que es el de la bondad: ¿es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?”. “No, por el contrario…”, balbuceó el joven. “Bien, nos queda el último filtro, el de la utilidad: ¿me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo?”, preguntó Sócrates. “No, la verdad es que no”, dijo contundente el joven alumno. A lo que concluyó el maestro diciendo: “Así, pues, si lo que deseas decirme no sabes si es cierto, ni bueno, ni útil para mí… ¿Para qué querría saberlo?”.