PEDRO SIMÓN
// PERIODISTA //
El chaval casi pesaba más que el padre, se iba golpeando una rodilla con otra mientras caminaba, tenía un ademán de muñeco roto, miró a los otros niños como si en vez de tirarle el balón fueran a tirarle la primera piedra y comenzó el primer entrenamiento de rugby con la cabeza hundida entro los hombros. Retraído hasta el fondo de la cueva. Que más que un crío de quinto en disposición de jugar parecía una tortuga asustada.
–¿Qué le pasa al chico? –le preguntamos al padre.
–La mierda del fútbol…
Y luego nos explicó. El crío quería ser como Ronaldo, tenía un tres o cuatro camisetas enormes con su nombre, veía todos los partidos y, finalmente, decidió apuntarse al equipo de colegio para disfrutar de una pelota. Así comenzó lo que devino en tortura. Un entrenador que se creía Mourinho. Algunas burlas innecesarias a cuenta del chaval. Un grupo de padres que parecían una barra brava de Boca. Y una temporada como una reválida en bucle: había jugado 10 minutos en todo el año. En el primero se marcó en propia meta. En el segundo no la tocó. Ya no volvieron a sacarlo. Sus padres iban con los abuelos a no verlo jugar y el chico se volvía a casa igual de peinadito. Un sábado se despertó llorando y dijo que no volvía más.
Sí lo hizo al segundo entrenamiento de rugby. Y a un tercero. Creo que no le vi sonreír hasta el cuarto. Él no lo sabía, pero en aquel equipo de flaquitos esmirriados, en aquel plantel que no tenía delanteros que dieran miedo, los chicos celebraban por fin su primer gordo como si fuera de la Lotería.
Porque Rubén ha sido un premio.
(…)
Pocos deportes son tan inclusivos como el del oval. Cabe el flaquito y cabe el gordo. Cabe el patizambo y el cojo. El animal y el racionalista. Lo que no cabe es no levantarse.
Nada más llegar al primer torneo de rugby, el padre leyó el letrero admonitorio: “Si quiere un campeón en casa, entrénese. Por lo demás, deje jugar en paz a su hijo”. Y hasta hoy.
Está en la nota que les mandó la tutora a los padres. Me la enseñó el padre tomando unas cervezas. Palmeándose la barriga. Orgulloso de sus kilos de más. Y de los del hijo. La nota de la profesora del colegio: “Rubén es otro. Ha mejorado muchísimo en autoestima. Se siente seguro de sí mismo. Eso se nota en todas las asignaturas y en su forma de trabajar. Bendito rugby”.