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Hiperelogio: La dificultad de tener hijos inteligentes

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Dos investigadoras han descubierto que los niños elogiados por su inteligencia tuvieron un empeoramiento de un 25% en sus resultados escolares. Pero aquellos alabados por su esfuerzo mejoraron en un 25%. Hablamos de cómo conducir a los niños más inteligentes.

Por Ana Veiga

“Ay, ¡pero qué listo es mi niño!” es una frase que suele oírse mucho cuando un padre o madre quiere mostrar su orgullo. No es la única. Hay otras como “eres el mejor” o “¡qué inteligente!” que suenan igual de bien; o eso pensamos. No es que estas frases sean negativas. De hecho, es innegable que son halagos e indudable que el objetivo de esos padres henchidos de orgullo es demostrar al mundo la maravilla de progenie que tienen; y, a sus hijos, animarlos para que sigan por ese camino. El problema es cuando lo que decimos no provoca lo que esperamos, sino todo lo contrario.

Carol Dweck -profesora de Psicología social en la Universidad de Stanford y autora de libros como Mentalidad: Cómo puedes realizar tu potencial– y Claudia Mueller – actualmente Profesora Asociada de Cirugía Pediátrica en Stanford University Medical Center- querían saber de qué manera la infancia se ve afectada por las opiniones adultas, aunque sean buenas.

En 1998, Mueller era estudiante de doctorado y Dweck, profesora. Como investigadoras de la Universidad de Columbia, decidieron que estudiarían los efectos de diferentes tipos de elogios en los alumnos de quinto grado. “Como psicólogas, nos interesaba saber cómo piensan los niños y cómo responden al fracaso”, explica Mueller. “Estaba preocupada porque veía que la gente creía que cualquier comentario positivo era bueno para el niño, y tenía la teoría de que no era así”.

Las tres pruebas

Dweck y Mueller consiguieron una muestra de 412 niños de entre 10 y 12 años y dividieron al grupo de menores en dos, haciendo los mismos tres tests a ambos grupos. La primera prueba fue un conjunto de problemas relativamente fácil de resolver; y todos los participantes de los dos grupos fueron elogiados por su cómo lo habían hecho, aunque no de la misma manera. Un grupo recibió elogios que enfatizaron su alta habilidad («¡Lo hiciste muy bien, se nota que eres muy inteligente!»). Mientras, la otra mitad fue elogiada por su gran esfuerzo («¡Lo hiciste muy bien, debes de haber trabajado muy duro!»).

A continuación, a cada estudiante se le dio la prueba dos: una serie de problemas muy difíciles, tan difíciles que pocos estudiantes obtuvieron la respuesta correcta. A todos se les dijo que esta vez lo habían «hecho mucho peor». Finalmente, a cada estudiante se le dio un tercer conjunto de problemas fáciles, tan fácil como lo había sido el primero, para ver cómo tener una experiencia de fracaso afectaría su desempeño.

¿El resultado? Los llamados ‘inteligentes’ sufrieron un empeoramiento del 25% en los resultados obtenidos en la tercera prueba. Cuando se les preguntó por qué no habían podido hacerlo, tendieron a justificar su fallo con cuestiones externas, como alegar que los problemas presentados eran muy difíciles, dándose rápidamente por vencidos. Al contrario, los tildados de ‘trabajadores’ mejoraron sus resultados del tercer test en un 25% en comparación con la primera prueba. Es más: manifestaron creer que antes les había salido peor por no intentarlo suficiente. Y no solo eso sino que además disfrutaron más de la experiencia.

Si insistimos en alabar su inteligencia en vez del esfuerzo, los niños concluirán que ésta es una cualidad que no se aprende y que no requiere de un trabajo

No, los ‘inteligentes’ no tenían mayor que capacidad que los ‘esforzados’ sino que todos eran niños de la misma edad, de entornos similares y de capacidad dentro de la media. ¿Cómo es posible entonces que las palabras alzaran a unos y hundieran a otros siendo, además todas positivas? Debido a esos halagos, los dos grupos interpretaron la dificultad de formas diferentes. Frente a la adversidad, los “inteligentes” dudaron de su capacidad más rápido que aquellos a quienes se les presuponía trabajo duro. “El estudio demostró que alabar su habilidad fue peor que alabar su esfuerzo”, concluye Mueller.

Las valoraciones que recibimos de padres y profesores cuando somos pequeños influye en la construcción de nuestra personalidad y en la percepción sobre nuestras habilidades- Cuando decimos a nuestro hijo ‘qué listo eres’, implícitamente le decimos que ha nacido así, que son cualidades que tienes o no, pero que no puede aprender.

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