fbpx

Katia Hueso: "La hipervigilancia del juego tiene como consecuencia que dejamos poca autonomía a los niños”

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
0

Para Katia Hueso la esencia del juego está la creación del mismo, la alegría con la que se inicia y la despreocupación con la que se deja de hacer. Aspectos que no encontramos en las actividades organizadas.

 

Por Diana Oliver

De la experiencia de Katia Hueso, bióloga y cofundadora en 2011 de Naturaleza Saltamontes –la primera escuela infantil al aire libre de España–, nace ‘Jugar al aire libre’ (Plataforma Editorial), el segundo libro publicado por Hueso, en el que explica por qué es imprescindible para los niños el juego al aire libre, y sin más elementos que los que encuentran en la naturaleza. A lo largo de más de 200 páginas nos invita a reflexionar sobre el tiempo de juego que tienen los más pequeños en la actualidad y cómo les afecta. También ofrece ideas para saber dónde, cuándo y cómo se puede disfrutar del juego al aire libre, incluso en los entornos más urbanitas, en un parque o en el propio colegio.

 

Dices en el libro que la proliferación de actividades organizadas, extraescolares e incluso la industria de los juegos educativos “nos han llevado a un juego desprovisto de la alegría, la improvisación y la despreocupación que deberían definirlo”. Ese juego “más organizado” o previsible, ¿tiene menos beneficios que el juego libre?

Creo que en la esencia del juego está la creación del mismo, la alegría con la que se inicia y la despreocupación con la que se deja de hacer –cuando ya no apetece–. Las actividades organizadas, de ocio o escolares no recogen ninguno de estos aspectos. El juego está prediseñado, tiene una ejecución prefijada y una duración finita. Perdemos, pues, todo el valor del proceso de creación autónomo, en el que los niños aprenden a decidir, describir, negociar, persuadir, escuchar a los otros.

Pierden también la oportunidad de conocer sus límites de forma autónoma, de saber hasta dónde quieren llegar o con quién lo desean hacer. Y, por otro lado, la asertividad necesaria para decidir cuándo lo abandonan, sin la obligación de permanecer en el juego hasta que alguien jerárquicamente superior lo determine.

 

El juego está prediseñado, tiene una ejecución prefijada y una duración finita.

 

¿Qué necesitan los niños para desarrollar el juego?

Para poder jugar, un niño ha de sentirse confiado y seguro. Necesita saber que dispone de la libertad para hacerlo, y un entorno física y emocionalmente amable. Y poco más. Se sabe de niños que jugaban en los campos de concentración alemanes, así que, si ellos lo podían hacer, qué no se podrá hacer hoy. Paradójicamente, de lo que les privamos es de libertad, y de tiempo, para jugar. Lo hacen en cuanto pueden, pero disponen de tan poco margen, que no llegan a desplegar el juego en su esplendor. Los niños del Holocausto disponían de poca seguridad, pero les sobraba tiempo y, en cierto modo, libertad, pues no se les prestaba mucha atención. Tremenda paradoja.

 

¿Hasta qué punto hipervigilamos su juego y qué consecuencias tiene eso para su desarrollo físico, intelectual y emocional?

La hipervigilancia del juego tiene como consecuencia que dejamos poca autonomía a los niños. No les dejamos aprender de sus errores, de desarrollar habilidades sociales, resolver conflictos o solucionar problemas por su cuenta. Si esto lo trasladamos al plano físico, son niños que tienen una motricidad más limitada, que no se atreven a asumir riesgos o a afrontar retos físicos, que tanto nos enseñan sobre la vida. En última instancia, ya como adultos, podemos tener una visión distorsionada de nuestras capacidades, dificultad para asumir nuestra responsabilidad y sufrir de dependencia emocional de otros.

 

Portada- Jugar al aire libre¿Qué dirías que aporta la naturaleza a la Educación que no podrá aportar nunca un aula?

La naturaleza difiere del aula en aspectos fundamentales. En primer lugar, es un espacio de vida, en el que podemos encontrar seres con los que empatizar y a los que cuidar, con todo lo que ello conlleva de valores éticos. Podemos aprender sobre procesos y sistemas vitales afines a los humanos y descubrir, mediante este conocimiento, cuánto dependemos de ella y ella de nosotros. La naturaleza, además, es por definición cambiante. Esto supone una importante lección de vida, pues nos será imposible controlar todo lo que nos pasa. Aprendemos a ser flexibles, resilientes, a manejar riesgos y a adaptarnos a la realidad, sea ésta como sea. Un entorno controlado como un aula, por serena y armónica que ésta sea, no nos puede dar todo esto.

 

Hablas también en este sentido de lo infrautilizados que están los patios en las escuelas. Algunos colegios están tomando en serio el rediseño de sus patios de cara a conseguir precisamente un juego más libre…

Hay en efecto muchas iniciativas de reverdecer patios e incluso de usarlos para fines curriculares. Son, como es natural, muy variopintas y algunas profundizan más que otras en ese proceso. Pero me alegra mucho observar que está surgiendo esta necesidad de permeabilizar los espacios escolares, de dejar entrar la naturaleza en la escuela. Como en todo, lo que de momento son proyectos individuales y poco estructurados, espero que se convierta en una tendencia generalizada y consolidada, con el apoyo de las instituciones y de las familias.

 

¿Cómo sería para ti el patio escolar perfecto?

Pues empezaría por cambiarle el nombre y llamarlo jardín. Creo que sólo con eso ya cambia nuestra imagen mental de lo que estamos hablando. Me gustaría que fuera un lugar en el que predomine el verde y las líneas curvas; en el que haya posibilidad de que surjan sorpresas y los niños puedan crear sus aventuras. Un jardín con frutos cosechables y comestibles, con refugios para bichos, atractivo para las aves, insectos y tal vez algún mamífero pequeño. Que tenga árboles para trepar y rocas que escalar, arbustos en los que esconderse y elementos naturales con los que jugar. Y con rincones para el sosiego, la lectura, la conversación y el paseo.

Todo ello debería ser un espacio atractivo para los chavales en el recreo y para que los maestros deseen dar clase en él. Dejaría los balones y otros elementos que, de forma consciente o inconsciente, fomentan el sexismo, para las pistas deportivas. La naturaleza tiene la ventaja de ser inclusiva, todos (y todas) tenemos cabida en ella por igual.

 

Me gustaría que el patio fuera un lugar en el que predomine el verde y las líneas curvas; en el que haya posibilidad de que surjan sorpresas y los niños puedan crear sus aventuras.

 

Por último, no sólo es dónde jugar o cómo sino que es importante el tiempo, un bien difícil de conseguir. ¿Por qué es importante que haya tiempo para el juego y que sea un juego que se pueda desarrollar en calma, sin prisas ni parones?

Nuestro afán de criar ciudadanos competentes y competitivos hace que apuntemos a nuestros hijos a toda clase de actividades extraescolares, campamentos, cursos, etc. que hace que sus agendas se llenen enseguida. En los escasos huecos que les quedan, desarrollan un juego en staccato que no llegan a desplegar o desarrollar con plenitud. Mi sugerencia es que apuntemos a los niños a la “academia” del juego, que es gratuita y universal, y abre las 24 horas. Repensemos cuántas de esas actividades son necesarias, si con el dinero que invertimos en ellas no podríamos pagar a alguien que esté con ellos mientras juegan (o, mejor aún, si se puede: hacerlo nosotros). La mejor inversión que podemos hacer en nuestros hijos es darles tiempo para jugar. Curiosamente, puede que incluso nos ahorremos dinero en ese empeño.

 

 

0
Comentarios