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Gregorio Luri: “La literatura infantil tradicional se ha vuelto sospechosa de incorrección política”

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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El filósofo Gregorio Luri lamenta en Sobre el arte de leer (Plataforma Editorial) el retorno a la moralidad de la literatura infantil, que en su opinión expulsa de las aulas a autores clásicos como Mark Twain. En una época en la que, dice, a los niños les hemos robado espacios naturales para vivir sus aventuras (“son la primera generación de la historia con las rodillas impolutas”), usurparles también la influencia de estos autores es negarles además la aventura simbólica: “Les estamos robando la infancia”.

 

Por Adrián Cordellat

“En nuestro tiempo, parece que todo nos empuja a ser más espectadores que lectores”, escribe en la introducción de Sobre el arte de leer. Unos capítulos después, añade que “la razón principal por la que algunos niños no leen bien es que apenas leen”. ¿Se puede plantar cara a las pantallas? ¿Cómo podemos incentivar la lectura?

A mi me gustan las pantallas y, en general, las nuevas tecnologías. Quiero ser moderno, pero no sólo. Para ser algo más que moderno necesito ampliar mi competencia lingüística y así poder contemplarme a mí mismo desde los ojos de autores que estando más allá de la modernidad, me dicen cosas que no me dicen mis contemporáneos. En definitiva, para ser lector, se necesitan unas ciertas ambiciones sobre uno mismo que se pueden despertar de muchas maneras. Por ejemplo, por el azar amigo que pone en tus manos en el momento preciso el libro adecuado. En última instancia, se vive como se lee.

Dice que para animar a leer hace falta un maestro que conozca su oficio. Pero intuyo que otro aspecto fundamental son unos padres que tengan libros en casa. Hoy con tanta Marie Kondo y tanto minimalismo, los libros han desaparecido de los salones…

Sin duda, crecer en un ambiente familiar lingüísticamente rico, ayuda a dotarse de un lenguaje complejo, pero a quien no dispone de ese ambiente, ¿qué le decimos?

Bueno, unos padres que tengan libros pero que, además, como dice, muestren a los hijos “tantos textos como sea posible y se presenten a sí mismos de manera verosímil como lectores asiduos y -¡ojalá!- audaces”. ¿De padres buenos lectores, hijos buenos lectores?

De padres buenos lectores, hijos con un alto nivel de expresión y comprensión lingüística. Pero el buen lector necesita, además, ir adquiriendo progresivamente conocimientos, autodisciplina (que le permita la convivencia cordial con el silencio), capacidad atencional, dominio del ritmo lector, gusto por la lectura lenta (el buen lector es un rumiante), sensibilidad estética (para disfrutar con la materialidad del lenguaje), inquietud intelectual (para captar la estructura profunda de un texto y los significados insinuados en el mismo).

 

De padres buenos lectores, hijos con un alto nivel de expresión y comprensión lingüística.

 

Hablando de padres. Me ha gustado la referencia que hace al retorno de la moralidad a la literatura infantil y juvenil. Es un proceso que advierto desde hace tiempo. Y curiosamente las editoriales que apuestan por esos libros son las que más ventas tienen. ¿Por qué los padres somos tan fáciles de atrapar por esta literatura moralista?

Por cuatro razones. La primera porque es mucho más fácil proporcionar buenos ejemplos ajenos que propios; la segunda porque la literatura infantil tradicional se ha vuelto sospechosa de incorrección política; la tercera por el emotivismo dominante y la cuarta porque nos falta una didáctica de la literatura que valore a esta última por sí misma. Pero a los niños no se los engaña fácilmente. La prueba es que en cuanto pueden -generalmente a partir de los 11 años-, abandonan esa literatura para encontrar un refugio emocionante en los videojuegos.

En ese sentido, afirma que esta apuesta por lo políticamente correcto expulsa de las escuelas a autores como Mark Twain. ¿Qué pierden los niños lectores con esta literatura tan moralista? ¿Cómo puede afectar esto a su desarrollo como lectores?

A nuestros niños ya los hemos dejado sin espacios naturales en los que poder vivir sus aventuras (audaces, atrevidas y arriesgadas, como tienen que ser) sin la supervisión de un adulto. Son la primera generación de la historia con las rodillas impolutas. Si les negamos también la aventura simbólica, les estamos robando la infancia. Tendemos a ignorar que el juego simbólico es necesario para aprender a diferenciar entre objeto y objeto de la representación. Esta diferencia es la esencia de la literatura.

 

A nuestros niños ya los hemos dejado sin espacios naturales en los que poder vivir sus aventuras (audaces, atrevidas y arriesgadas, como tienen que ser) sin la supervisión de un adulto.

 

Señala los 9 años como momento crucial en la lectura. ¿Por qué es tan importante esta edad?

Porque es el momento en el que el niño vive una auténtica revolución intelectual que consiste en pasar de aprender a leer a aprender leyendo.

Mi sensación es que a los 9 años muchos niños no han desarrollado aún una buena capacidad lectora. Usted señala al respecto que nuestro fracaso escolar es, básicamente, un fracaso lingüístico. ¿No somos conscientes de la importancia que la lectura tiene a todos los niveles?

Hablamos mucho de la importancia de la lectura, pero ¿tenemos claro lo que eso significa? Si lo tuviéramos, daríamos más importancia a la formación lingüística de los futuros docentes y entenderíamos la estrecha relación existente entre el conocimiento factual y la comprensión lectora. Siempre comprendemos mejor el texto que trata de un tema sobre el que tenemos amplios conocimientos.

Sobre esa importancia asegura que “la primera condición para leer bien es hablar bien”. Y me ha sorprendido el razonamiento, porque mi madre siempre me lo decía a la inversa: “si lees bien tendrás más vocabulario y hablarás y escribirás mejor”. En este caso, ¿altera el orden de los factores el producto?

Piense en dos niños de 8-9 años que están transitando del aprendizaje de la lectura al aprendizaje lector. Algunos niños se enfrentan a esta revolución intelectual con un vocabulario habitual de 500 palabras y otros de 2.000. El primero tropieza cada vez que se encuentra con una palabra desconocida; el segundo interpreta la palabra desconocida por el contexto y amplía así su competencia lingüística. Sólo en este segundo caso es cierto lo que decía su madre.

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