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La tiranía de las notas

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Llega junio y con él llegan los planes de vacaciones, el fin de curso y… sí, las notas. Es un momento complicado para nuestros hijos, que ven con miedo cómo un número puede traerles nuestra mejor sonrisa o el peor de los castigos. Y aunque nosotros tenemos asumido que esa nota nos dice si nuestro hijo se ha esforzado o no durante el curso, ¿es posible que un número nos diga todo lo que necesitamos saber de nuestro hijo? Y lo que es peor: ¿Y si el hecho de recibir siempre el mismo número hace que él/ella crea que merece recibirlo para siempre?

Por Ana Veiga.

 

[dropcap font=»arial»]E[/dropcap]mpecemos por hacer un apunte: las notas son números. Y aunque parezca algo obvio, a veces olvidamos que es una medición cuantitativa del trabajo de nuestros hijos pero que hay vida más allá del suspenso.

Tendemos a exigir a nuestros hijos aprobados, notables y sobresalientes pensando que eso significa que van por el buen camino, que hacen lo que tienen que hacer y que serán adultos de provecho. Pero ¿es justo medir su trabajo con un número que presupone que todos son lienzos en blanco con las mismas oportunidades, ritmos de aprendizaje y contexto social y familiar?

“Las calificaciones son clasificaciones de los estudiantes en buenos, malos y regulares. Es un mandato que se le ha hecho a la escuela. Ahora bien, el profesor puede reproducir ese mandato tal cual –que no deja de ser una reproducción de las desigualdades sociales– o adaptarlo”, argumenta Ignacio Calderón, doctor en Pedagogía, profesor del Dpto. de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad de Málaga y padre.

Calderón se muestra totalmente convencido de que las notas reflejan las aptitudes del alumno pero también en gran medida su contexto. “Si yo me voy a un barrio, voy a encontrar mayoritariamente un tipo de calificaciones que muchas veces están relacionadas con el nivel socioeconómico. Así que las calificaciones están reproduciendo las desigualdades y convirtiéndolas en un problema individual, que es el expediente; porque la nota te la ponen a ti, no a tu barrio o ciudad”.

Eso acaba provocando exclusiones sistemáticas, como “el fracaso escolar acumulado de personas gitanas o de clase social humilde o de personas con discapacidad”, señala. El pedagogo considera que hay algo en la estructura de las escuelas que, por un lado, está continuamente condenando las diferencias y, por otro, enseña a los niños/as a ser individualistas y competitivos.

Así, le otorga a las calificaciones una connotación que quizá se nos había escapado: fomentan la competición en el grupo. “Recibir un ‘sobresaliente’ no tiene sentido si no es porque ‘sobresales frente a otras personas’. Cada calificación tiene sentido en la medida en que hay gente por debajo”.

Compara el sistemas de calificaciones escolares con el típico sueño americano donde te dicen que ‘puedes conseguir lo que tú quieras’. Sin embargo, incide en que no partimos todos de la misma situación y por tanto, la dificultad de alcanzar nuestros objetivos variará. Y lo mismo pasa en el colegio. “Hay niños y niñas con diferentes historias personales, orígenes y capacidades y eso afecta a que obtengan unas calificaciones u otras. Así que calificar puede ser un acto de injusticia o justicia social”. E insiste: “El fracaso escolar sin escuela no existe, es una construcción hecha por los adultos”.

 

Aprender o repetir

Como padre, Calderón conoce la perspectiva de los alumnos/as sobre nuestro modelo educativo. De hecho, cuenta que su hija -actualmente en Quinto de Primaria- le decía mientras estudiaba un examen: “Tengo que estudiar bien lo que está en negrita’. Y esto que parece una frase inocente pone de manifiesto para el pedagogo que “ella ya ha entendido el mensaje: lo importante es lo que vas a tener que reproducir en el examen; pero no se está cuestionando que, aunque apruebe el examen, lo que estudie con simple afán de reproducirlo se le habrá borrado de la mente en dos semanas”.

Según opina, hoy en día no se motiva a los niños a aprender sino a reproducir contenidos para intercambiarlos por una buena nota. “Si no fuese obligatorio ir a clase, veríamos un escenario muy diferente: o niños huyendo despavoridos o profesores estimulándolos para que tengan ansias de saber”.

Bajo su punto de vista, el sistema se ha acomodado y aferrado a esas evaluaciones cuantitativas de final de curso o trimestre, sin incidir en las otras muchas posibilidades que existen, como la autoevaluación, de la que, dice, “las veces que la he aplicado, la gran mayoría de los alumnos universitarios han resultado ser muy justo y creo que se podría aplicar en la etapa escolar como un ejercicio de análisis propio”.

De hecho, Calderón hace un llamamiento al profesorado y les recuerda que “parece que no hay más opción que hacer exámenes pero eso es una creencia; el profesorado puede hacer uso de cualquier herramienta que sirva para entender cómo están funcionando los procesos de enseñanza y cómo se están generando los procesos de aprendizaje”.

Es más, insiste en que cuando hablamos de notas, deberíamos distinguir entre calificar y evaluar. “La evaluación es un proceso enfocado a la mejora y la calificación es un proceso de clasificación. Se está tratando de poner nota a un proceso que es imposible de medir, como es el caso del aprendizaje”.

 

Examen: ¿ángel o demonio?

Ignacio Calderón está convencido de que el examen “no es ni un ángel ni un demonio” y que puede ser de utilidad en determinados momentos, como una herramienta más de evaluación. Sin embargo, cree que el fallo está en ver al examen “como la gran herramienta para evaluar cuando no lo es”, ya que no te permite mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje ni saber si el niño ha conectado sus experiencias con lo aprendido, creando un aprendizaje significativo y relevante.

Tira de filmografía y repasa algunos de los títulos que hablan de problemas en las aulas como Mentes Peligrosas, Diarios de la Calle o El club de los poetas muertos y señala una cosa en común en todas ellas: “Vemos un conflicto en clase que empieza a resolverse cuando el profesor dice ‘cerrad los libros’ o ‘tiradlos a la papelera’. Y es por que hay una ruptura con el mandato de hacer caso a un texto y, de repente, el profesor es capaz de salir de ahí y conectar el nuevo aprendizaje con su vida personal. Ahí es donde se produce el aprendizaje realmente valioso”.

Y añade: “Tenemos la tradición de que el examen es individual y que el maestro tiene que hacer de juez y policía para que la persona no copie. ¡Imagínate qué sinsentido porque hoy en día estamos rodeados de información a la que tenemos acceso!”. Calderón cree que lo interesante no debería ser que el niño/a acumule mucha información sino que sea capaz de acudir a la fuente que le ofrezca la información y saber comprenderla y usarla; pero “seguimos anclados en que no se copie y que lo importante es que tenga la información en su cabeza, repitiendo lo que dicen otros en el libro de texto. Pero ¿qué dices tú?”

En cambio, los trabajos son investigaciones sobre la realidad que permiten al niño indagar, buscar y poner en común lo que ya sabías con lo que has aprendido. “En la medida en que el proceso de calificación se hace más participativo – a través de trabajos, autoevaluaciones o actividades en clase-, empieza a cobrar más sentido. Si yo hago que mi alumnado se ponga a pensar en el proceso de evaluación como parte del proceso formativo, de enseñanza-aprendizaje, ellos le darán sentido a esa evaluación”. Es decir, cuanto más participativa y personal es la evaluación, más significativo es el aprendizaje y mejor se refleja en la nota.

 

Pedagogía Waldorf: ¿un aula sin exámenes?

Uno de los talleres artísticos en la “Escuela Libre Micael”.
Uno de los talleres artísticos en la “Escuela Libre Micael”.

La pedagogía Waldorf es uno de los métodos de enseñanza alternativos, aunque no es nueva. Nació en 1919 de la mano de Rudolf Steiner cuando creó una escuela para los hijos de los trabajadores de la fábrica de cigarrillos Waldorf Astoria, en Stuttgart (Alemania).

Actualmente, disfruta de un gran en auge en España. Cuentan ya con cerca de 40 centros en nuestro país y basan su sistema en la educación integral del menor, desarrollando en el niño todas las cualidades que tiene y las que puede tener, respetando los ritmos de cada niño/a.

Como explica Antonio Malagón, presidente de la Presidente de la Asociación de Centros Educativos Waldorf y profesor en la Escuela Libre Micael, en la metodología Waldorf se tiene en cuenta “el proceso evolutivo del niño, la antropología y el momento en que el niño-adolescente va adquiriendo capacidades diferentes que le ayudan a comprender el mundo de otra manera”, aclara.

Las evaluaciones en los centros Waldorf se hacen en base a tres tipos de pruebas:

Pruebas de estudio cotidianas. Hacen una investigación y la presentan a la clase para trabajar la dicción, hacer un guión y explicar el tema a los demás.

Cuadernos de clase: En base a los conocimientos expuestos por el docente y libros de referencia, los alumnos hacen su cuaderno propio que muestra la construcción de su conocimiento en cada materia y lo que han anotado en cada clase.

Pruebas objetivas, es decir, exámenes. Sin embargo, estos exámenes se elaboran en base a preguntas abiertas como, por ejemplo, construye un esquema sobre la economía de Asia. En esa pregunta, los niños/as tienen que conectar conocimientos y se les incite a elaborar pensar por ellos mismos.

“Nosotros tenemos todas las asignaturas oficiales y además algunas añadidas, que son asignaturas artísticas y de proyectos prácticos para la vida donde se trabajan materiales naturales como cobre, madera o lana así como clases de canto, teatro o canto”. Malagón aclara que estas materias permiten ayudan a “desarrollar habilidades y trabajar la voluntad, como un impulso transversal a lo largo de toda la educación – infantil, primaria y secundaria-”.

Al contrario, se elimina el contacto con los ordenadores e Internet hasta Secundaria, para aprender a buscar la información con su propio esfuerzo y crear si propio criterio. “Así los chicos son los propios hacedores de su conocimiento porque le damos tiempo para que digieran; porque un conocimiento que se digiere, se convierte en capacidad”.

 

Las notas, para los padres

Es importante resaltar que esta pedagogía no es totalmente libre como sucede con Montessori o Summerhill donde cada niño decide qué asignatura estudiar en cada momento. En Waldorf, se siguen las pautas la enseñanza tradicional y está por supuesto dentro de la Ley de España, es decir, entregan notas a final de curso.

Aunque en algunas escuelas, los niños no lo sepan, como sucede en la Escuela Libre Waldorf Meniñeiros (Lugo) donde Diego Taboada es tutor de Tercero de Primaria y profesor de Educación Física de todo Primaria.

“En Primaria no hay ningún examen del centro porque cualquier maestro sabe cómo va su alumno sin necesidad de examen. Ponemos notas porque lo exige el Ministerio de Educación pero solo lo saben los padres que además reciben informes cualitativos de sus hijos”, explica. Los niños viven sin exámenes tal y como los entendemos en los colegios tradicionales y reciben solo la parte de reporte cualitativo que tiene una parte dedicada exclusivamente para que lean ellos, con un poema sobre lo que tienen que mejorar a nivel individual.

En lo referente a la nota, hace hincapié en que lo importante para ellos no es ese dato numérico sino cómo llegan a ella, teniendo en cuenta su situación y transmitiéndola al niño/a en positivo. Es decir, no se fomenta el miedo a suspender sino que, si no alcanzan el nivel, se le anima a reforzar su conocimientos con un trabajo y a esforzarse en las áreas que son más difíciles para el alumno. “Es una metodología muy comprensiva con los diferentes ritmos de cada niño”, resalta.

Ese fue precisamente uno de los factores que hizo que, tras años de trabajo en escuelas convencionales, Taboada se interesase por las escuelas Waldorf. “No me gustaba lo que veía porque se le hacía mucho daño a los niños enviándolos a refuerzo educativo porque no sabían multiplicar o ‘poniéndoles etiquetas’. Cuando me llamaron para este colegio Waldorf, me gustó el especial respeto que hay hacia al niño y a sus ritmos”.

Reconoce que esta pedagogía “da mucho trabajo porque tienes que crear tu propio material –cada docente construye el libro de texto para su grupo-, tienes muchas reuniones con las familias, en el cole siempre hay muchas actividades… pero merece la pena”.

 

El choque entre pedagogía tradicional y Waldorf

En la metodología Waldorf original, se plantean tres sextenios: siete cursos de infantil, siete  de primaria y siete  de secundaria. En España no se mantiene esto sino que se han adaptado a la Ley de Educación y mantenido las etapas educativas habituales.

Lo que no han querido perder es mantener al mismo tutor en un grupo a través de todos los cursos de una etapa, como es el caso de Taboada, que está con su clase desde Primero de Primaria y estará hasta Sexto. Por eso, conoce muy bien a sus alumnos/as y ha visto las incorporaciones de nuevos niños al grupo.

Como anécdota, Taboada cuenta cómo se vivió en su clase el examen obligatorio que existe en tercero de primaria, al estilo de la antigua reválida. “De 10 niños, vinieron solo dos a hacer la prueba porque los padres no querían meterles esa presión. Por parte de los niños, aquellos que llevan años en esta escuela, querían hacerlo porque no se les ha inculcado ese miedo al examen sino que lo ven como un juego. Pero es llamativo ver que la niña que se ha trasladado este año desde una escuela tradicional, estuvo toda la semana sin dormir y llorando en casa del agobio. Para ella es una tortura”.

De forma general, lo principal que notan en los alumnos que vienen de educación convencional, es que llegan con un comportamiento extremadamente correcto que pierden a los pocos días, cuando entran en una fase de locura; y después se calman y recuperan el equilibrio.

Según Taboada, esto sucede “porque que la norma era algo impuesto y rígido, algo que es así y punto pero porque ellos entiendan el porqué”. Por ejemplo, no se puede pegar  pero no es porque sí, sino porque le haces daño al otro, llora y se siente mal. “Y para entenderlo, alguna vez van a pegar porque se tienen que equivocar y aprender de forma vivencial”, dice el docente, que insiste: “Para nosotros, es la forma de enseñar es primero despertar el interés, segundo manipular lo aprendido para entenderlo y tercero aplicarlo al mundo. Y en la última parte de voluntad es donde fallan más porque están acostumbrados a que les den todo hecho, pero no a hacer”.

 

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El boli verde: subrayando los aciertos.

¿Qué pasaría si, al corregir un examen, marcáramos los aciertos del alumno en vez de los errores? Esto es lo que se ha planteado el sistema del boli verde, que empezó en 2013 una redactora del blog ruso Real Parents de nombre Tatiana Ivanko.

La periodista publicó un post donde explicaba cómo enseñaba caligrafía a su hija, marcando con bolígrafo verde sus aciertos, en vez de utilizar un boli rojo para redondear sus errores. Es decir, aplicando el refuerzo en positivo.

Y se dio cuenta de que su hija se interesaba por aquellas letras que le habían salido mejor y se esforzaba por repetirlas. “La fuente de motivación es completamente diferente: ya no intentamos evitar los errores, sino que nos esforzamos por repetir lo que está bien”, explica Ivanko, que cree que esto muestra un cambio en la estructura del pensamiento.

El método no es nuevo sino que ya se había hablado de algo similar en un libro sobre educación del pedagogo soviético Chalva Amonachvili en 1983. No obstante, incluso en el actual  2016, este método sigue siendo considerado novedoso.

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*Más información:

Libro ‘Fracaso escolar y desventaja sociocultural’, de Ignacio Calderón.

http://colegioswaldorf.org

http://www.escuelamicael.com

http://escuelawaldorf-lugo.org

 

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