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Los expertos animan a los adultos a tomar ejemplo de la infancia para aprender a vivir el presente y no evitar las emociones negativas

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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“Si recuperamos poderes infantiles como la imaginación, la conciencia corporal, la confianza y la espontaneidad o la capacidad de fascinarse dejaremos de evitar sentir lo que sentimos, nos escucharemos y actuaremos según requiera la situación en cada momento”.

 


En una situación de incertidumbre como la que ha generado la pandemia provocada por la COVID-19, la mente tiende a perder su vínculo con el presente y a perderse en los recuerdos del pasado (duelo, vida sin mascarilla, etc.) y en las proyecciones del futuro (miedo a perder el trabajo, anticipación de hechos no confirmados, temor a contagiarse, etc.), con las consecuencias que ello puede acarrear para la salud mental.

“En terapia estamos atendiendo actualmente muchos casos de estrés postraumático, de ansiedad al anticipar hechos futuros por la incertidumbre, muchos casos de depresión por duelos mal gestionados, de miedo constante… Muchas emociones y sentimientos que intentamos evitar y que en esa lucha interna por evitarlos se acaban haciendo más grandes”, explica Soledad Maldonado, miembro titular de La Asociación Española de Terapia Gestalt (AETG).

En ese sentido, según la terapeuta, aprender a vivir en el aquí y el ahora, escuchar a nuestro cuerpo y dejar espacio a nuestras sensaciones y nuestras emociones “es lo único” que nos puede ayudar a superar esta crisis sanitaria y económica que estamos viviendo “de manera sana”.

Aprender de los niños

«La invención del tiempo es una creación humana para nuestra necesidad de comunicarnos, apareció mucho después de las primeras palabras y nos despista de la vida, nos hace viajar de un lado a otro en nuestra mente, aunque nuestro cuerpo siempre esté en el aquí y ahora radical», afirma Maldonado. La experta reconoce que ese viaje de nuestra mente al pasado y al futuro y la consiguiente desconexión del presente no siempre es malo si se trata de una elección: “puede ser que necesitemos esa vía de escape y lo hagamos con conciencia. En ese caso puede ser un recurso útil cuando lo necesitemos”. El problema, añade la docente del Título de Especialista Universitario en Psicoterapia Gestalt de la UNED, es cuando esa fuga del aquí y el ahora no se hace desde la conciencia, sino como “un ajuste conservador”, ya que en ese caso “podemos desorientarnos y sufrir mucho al evitar sentir lo que sentimos”.

Al respecto, Soledad Maldonado anima a aprender de los niños y niñas: “Nos creemos mejores que la infancia, más evolucionados, y por eso dejamos de escucharlos y de aprender de ellos”. Craso error, porque en su opinión los niños y niñas “sí viven el aquí y ahora radical, aunque no mentalmente”. Ese pequeño matiz se debe a que en la infancia “sentir” es lo importante y para la experta “sentir a esas edades no es un trabajo mental”: “Eso es algo que viene después, cuándo le damos significado a lo que sentimos, cuándo nos educan y nos socializan. Ahí perdemos potencialmente muchas de las posibilidades de lo que somos, ya que dejamos de ser siendo para identificarnos con un soy lo que pienso que soy”.

Para la portavoz de la AETG, el presente en el que viven los niños y niñas “no es idílico”, sino que es la vida en toda su expresión: “A veces es dolor, otras veces alegría, otras hambre, otras enfado, otras risa. Y las emociones no duran mucho, porque todo el tiempo estamos sintiendo y en cada instante esas emociones van variando”. Todo lo contrario de lo que sucede en el mundo adulto al añadir el componente cognitivo, cuando esas emociones se estancan, se convierten en sentimientos y al alimentarlos de forma recurrente pueden acabar convertidos en cuadros depresivos o de ansiedad.

“No soy muy partidaria de aconsejar, pero les diría a las madres y padres que aprendan de sus hijos e hijas, que se ocupen de sí mismos y que recuperen poderes infantiles como la imaginación, la conciencia corporal, el sentir con todos los sentidos, la confianza y la espontaneidad, la capacidad de fascinarse y de interesarse y nutrirse del entorno. Eso es lo que hacemos en parte en la Terapia Gestalt porque si recuperamos esos poderes infantiles dejaremos de evitar sentir lo que sentimos, nos escucharemos y actuaremos según requiera la situación en cada momento, ya que viviremos en una realidad que estará actualizada y no encorsetados por creencias limitantes y obsoletas”.

Por último, además de a aprender de la infancia, la terapeuta Gestalt insta a padres y madres a “apoyar y respetar” las emociones de sus hijos e hijas, a enseñarles a gestionarlas “sin abandonarse, de una manera que les sea útil”; un acompañamiento que requiere previamente de un trabajo interior de los adultos para aprender a gestionar sus propias emociones. “Este trabajo interior y con la infancia nos permitirá tener una sociedad futura más unida al presente y con una mayor inteligencia emocional”, concluye.

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