El Consejo de Ministros acaba de aprobar mediante real decreto la concesión de becas para alumnos con rentas bajas que corran grave riesgo de dejar los estudios. Asimismo, se establece que los alumnos que disfruten de la nueva “beca de mantenimiento” tendrán que devolver su importe si no logran finalmente la titulación en Enseñanza Secundaria Obligatoria.
Se trata, pues, de una beca “con freno y marcha atrás”, sometida a condición, que podría provocar problemas de índole jurídica: si el motivo de su concesión puede establecerse de forma objetiva, el de su devolución planteará arduos problemas de discernimiento, pues las razones por las que un alumno no completa su titulación no son siempre imputables a desidia o negligencia propias, sino que pueden deberse a circunstancias ajenas que el alumno no puede controlar. Imaginemos, por ejemplo, que un alumno beneficiado por una de estas becas quedase huérfano antes de completar su titulación; el descalabro anímico que tal pérdida le ocasionaría justifica sobradamente que no tenga que devolver la beca. Por no referirnos a la doctrina jurídica de los “derechos adquiridos”, de difícil encaje en el real decreto que acaba de aprobar el Gobierno.
Pero en la creación de estas “becas de mantenimiento” intervienen razones de diversa naturaleza que convendría analizar por separado. Por un lado, se pretende que la circunstancia económica no se convierta en motivo de abandono escolar; ante lo cual no podemos sino aplaudir. Pues, desde luego, un sistema educativo en el que la pobreza se convierte en causa de abandono escolar es un sistema injusto; y toda ayuda que contribuya a la igualdad efectiva en el acceso a la educación merece nuestra adhesión. Pero, a la vez, estas becas se concederán a quienes “corran grave riesgo” de abandonar los estudios. Y entre quienes “corren grave riesgo” se cuentan, desde luego, aquellos alumnos que suspenden reiteradamente las asignaturas objeto de estudio; esto es, quienes no cumplen con la dedicación debida en el estudio. Aquí podría alegarse que una situación familiar angustiosa puede ser el motivo de esa falta de dedicación; pero también sabemos que con frecuencia, tal falta de dedicación es independiente de una situación familiar angustiosa, e incluso prueba evidente de la nula responsabilidad del alumno. Para evitar que estos alumnos irresponsables se beneficien de tales becas, se arbitra la posibilidad de que su importe sea devuelto a posteriori; pero con ello no se hace sino añadir complicación al error originario.
Y el error originario, a nuestro juicio, consiste en becar el fracaso. La razón de ser de una beca no puede ser otra que impedir que las diferencias económicas se conviertan en motivo de desigualdad. Pero desde el momento en que una beca se concede, no para subsanar esa desigualdad de origen, sino para paliar el fracaso escolar de quienes se hallan en posición menesterosa, se está reconociendo que nuestro sistema educativo no posee los resortes suficientes para subsanar esa desigualdad; o bien, que tales “becas de mantenimiento” se han creado con el propósito de maquillar el fracaso escolar. Todas las personas son iguales en origen; y corresponde al poder establecido que tal igualdad sea efectiva, de modo que las personas –independientemente de cual sea su sexo, raza, credo o posición económica– puedan hacerse valer en igualdad de condiciones. Y en este “hacerse valer” es donde se completa el principio –no adulterado– de igualdad; pues las personas, que en origen son iguales, alcanzan luego, haciendo valer sus méritos y su esfuerzo personal, logros distintos. No hay igualdad verdadera si quien hace más que otro no es más que otro; y a quien debe becarse es a quien hace más, a quien hace valer sus méritos personales y emplea mayor esfuerzo en la consecución de un logro, no a quien hace menos. Porque, a la postre, estas “becas de mantenimiento” establecen una desigualdad entre el alumno que, ante las circunstancias adversas, se esfuerza por poner mayor dedicación en sus estudios y el que, ante las mismas circunstancias, incurre en el desistimiento. Los males se atacan en su origen, no en sus consecuencias; y de lo que deben preocuparse las becas es de paliar en origen las dificultades económicas de nuestros alumnos.