La educación o, más exactamente la política educativa está de moda. Dicen que las crisis ayudan a profundizar en la raíz de los problemas y tal vez por eso.
Parece como si necesitáramos que nos fueran mal las cosas para detenemos a buscar las causas últimas, etc., etc. Sea que como sea, el caso es que la educación ha pasado del séptimo al cuarto puesto entre las preocupaciones de los españoles, según nos cuenta el CIS.
Al margen de la crisis, desde hace ya varios años sistema educativo está siendo seriamente cuestionado por la mayoría social. Los resultados que han arrojado los principales indicadores nacionales e internacionales han venido a confirmar lo que era una fundada sospecha en la calle. Las cifras de fracaso escolar y abandono temprano duplican la media europea y triplican las de varios países de nuestro entorno. Además, en esta ocasión no se puede hablar de retraso histórico porque a los largo de está última década nuestro país se ha descolgado aún más. Un dato que pasó desapercibido pero que resulta altamente significativo es que los resultados de nuestros alumnos en PISA 2006 fueron peores que en 2003. Ya veremos qué pasa en PISA 2009 cuyos resultados conoceremos a finales de este año.
Por eso, la propuesta de Pacto de Estado por la Educación que el Gobierno ha puesto sobre la mesa. Nadie discute la conveniencia de un pacto como nadie discute la conveniencia del amor o de la paz mundial. El propio ministro de Educación quiso recordar lo que por otra parte es obvio: el fin no es alcanzar un pacto sino lograr que mejore nuestro sistema educativo. A partir de ahí, son numerosas las cuestiones que separan a los principales actores y no hay aquí espacio para desgranarlas. Sí hay un dilema que subyace y que se hace inevitable resolver: ¿queremos un pacto para retocar nuevamente el actual modelo educativo (basado en la Logse) o para cambiar de modelo? Esa es la cuestión.