Una de las diferencias entre lo que puede denominarse un planteamiento ideológico y lo que no lo es radica en que aquél busca cambiar a las personas cambiando la sociedad y éste pretende lo contrario. Otra consiste en que la ideología se nutre de la desconfianza en la persona.
“En un ambiente de desconfianza, todo tiende a criminalizarse. Donde hay sospecha se da inevitablemente un exceso de reglas. Donde crece la confianza en los otros, aumenta la productividad y se evita la burocracia y la mediación de miles de gestores ineficaces”. Quien así habla es Philip Blond, padre de la Big Society. Blond cree necesario repensar el estado del bienestar y devolver el protagonismo a las personas, a las familias.
Si repasamos críticamente cada una de las propuestas educativas de los últimos años observamos como casi siempre nacen de la desconfianza. De la desconfianza en la capacidad del alumno para superarse gracias a su esfuerzo personal y sin necesidad de que se le faciliten las cosas hasta el infinito. De la desconfianza en el profesor para ser capaz de entusiasmar con el único poder de seducción del conocimiento. De la desconfianza en las familias… Creo que lo hemos contado. La razón última que nos dieron para introducir Educación para la Ciudadanía fue que desconfiaban de la capacidad de muchos padres para educar a sus hijos en estos tiempo difíciles. “Si los padres han tirado la toalla –recuerdo que dijeron–, desde el Estado debemos intervenir”. Ojo, esto de la desconfianza y el intervencionismo no sabe de siglas. Tiene más que ver con manejar presupuesto público y subirse en el coche oficial.