Amparándose en la sentencia reciente del Tribunal de Estrasburgo, la comisión educativa del parlamento español ha aprobado una iniciativa parlamentaria por la que se insta al Gobierno a retirar los crucifijos de cualquier centro escolar acogido al sistema público de enseñanza…
Amparándose en la sentencia reciente del Tribunal de Estrasburgo, la comisión educativa del parlamento español ha aprobado una iniciativa parlamentaria por la que se insta al Gobierno a retirar los crucifijos de cualquier centro escolar acogido al sistema público de enseñanza, categoría en la que también se engloba la escuela concertada. Vemos aquí un caso evidente de cómo la apelación a una libertad puede ser, paradójicamente, la coartada jurídica para impedir el ejercicio de esa misma libertad. En aquella célebre sentencia de Estrasburgo se dictaminaba que la exhibición de un crucifijo en las aulas conculcaba la libertad religiosa; y, para impedir supuestamente la conculcación de esa libertad se desea imponer a las escuelas concertadas que retiren los crucifijos de las paredes. Pero resulta que la razón primordial por la que muchos españoles desean que sus hijos estudien en una escuela concertada es porque, haciendo uso del derecho que los asiste a elegir el tipo de educación que desean para sus hijos, optan libremente por una escuela en la que los crucifijos -y lo que esos crucifijos representan- estén presentes. Con lo que, a la postre, se conculca la libertad religiosa, bajo la excusa de su protección.
Es un principio establecido por el derecho que las libertades no pueden invocarse para favorecer su destrucción. Una persona no puede hacer uso de su libertad para aceptar la esclavitud. Un Estado no puede erigirse en garante de la libertad religiosa para impedir que tal libertad religiosa pueda ejercerse. Ordenar la retirada de los crucifijos de aquellas escuelas que ofrecen una educación cuyo rasgo distintivo es, precisamente, la adhesión a lo que ese crucifijo representa equivale a negar la libertad de quienes, acogiéndose a un derecho garantizado constitucionalmente, optan por ese tipo de educación. Pero, desde hace algún tiempo, la invocación de derechos y libertades ha empezado a convertirse en una cortada jurídica que disfraza pretensiones de naturaleza muy distinta; y la pretensión que aquí se disfraza no es otra que un laicismo agresivo que desea erradicar la expresión pública de la religión y que, en su cínico designio, no vacila en invocar la libertad que desea destruir.
Claro que, detrás de toda esta polémica, se vislumbra un fenómeno de aniquilación cultural que sólo admite una explicación patológica. ¿En verdad puede sostenerse que un crucifijo conculca la libertad religiosa? A mi recuerdo acude, cada vez que se suscita esta polémica, aquel hermoso poema que escribiera León Felipe, que no era precisamente el prototipo del escritor beatón o meapilas: "Más sencilla, más sencilla. / Sin barroquismo, / sin añadidos ni ornamentos, / que se vean desnudos / los maderos, / desnudos / y decididamente rectos. / Los brazos en abrazo hacia la tierra, / el astil disparándose a los cielos. / Que no haya un solo adorno / que distraiga este gesto, / este equilibrio humano / de los dos mandamientos. / Más sencilla, más sencilla; / haz una cruz sencilla, carpintero". No creo que sea posible compendiar con palabras más verdaderas el significado de la Cruz y su doble vocación. Los brazos en abrazo hacia la tierra, esto es, vueltos hacia la humanidad que sufre, en actitud acogedora y entregada; el astil disparándose a los cielos, con esa sed de misterio que empuja al hombre a elevar la mirada hacia la trascendencia. En esos dos maderos cruzados quedan sintetizados los dos anhelos más enaltecedores del hombre. Cuando se retira un crucifijo, esos anhelos se niegan; y negar esos anhelos es tanto como negar nuestra estirpe humana. Como los alacranes que se clavan su propio aguijón y agonizan víctimas de su propio veneno, diríase que Occidente hubiese decidido aniquilarse, marginando y negando la herencia histórica que la constituye; y que, entregado irracionalmente a un arrebato de autodestrucción, estuviese dispuesto a invocar libertades para favorecer su conculcación. Pero cuando se decide que los crucifijos resultan ofensivos, no está lejano el día en que los cristianos sean perseguidos como delincuentes. Hacia ese horizonte caminamos; y entonces también se disfrazará esa pretensión con coartadas jurídicas. z
Amparándose en la sentencia reciente del Tribunal de Estrasburgo, la comisión educativa del parlamento español ha aprobado una iniciativa parlamentaria por la que se insta al Gobierno a retirar los crucifijos de cualquier centro escolar acogido al sistema público de enseñanza, categoría en la que también se engloba la escuela concertada. Vemos aquí un caso evidente de cómo la apelación a una libertad puede ser, paradójicamente, la coartada jurídica para impedir el ejercicio de esa misma libertad. En aquella célebre sentencia de Estrasburgo se dictaminaba que la exhibición de un crucifijo en las aulas conculcaba la libertad religiosa; y, para impedir supuestamente la conculcación de esa libertad se desea imponer a las escuelas concertadas que retiren los crucifijos de las paredes. Pero resulta que la razón primordial por la que muchos españoles desean que sus hijos estudien en una escuela concertada es porque, haciendo uso del derecho que los asiste a elegir el tipo de educación que desean para sus hijos, optan libremente por una escuela en la que los crucifijos -y lo que esos crucifijos representan- estén presentes. Con lo que, a la postre, se conculca la libertad religiosa, bajo la excusa de su protección.
Es un principio establecido por el derecho que las libertades no pueden invocarse para favorecer su destrucción. Una persona no puede hacer uso de su libertad para aceptar la esclavitud. Un Estado no puede erigirse en garante de la libertad religiosa para impedir que tal libertad religiosa pueda ejercerse. Ordenar la retirada de los crucifijos de aquellas escuelas que ofrecen una educación cuyo rasgo distintivo es, precisamente, la adhesión a lo que ese crucifijo representa equivale a negar la libertad de quienes, acogiéndose a un derecho garantizado constitucionalmente, optan por ese tipo de educación. Pero, desde hace algún tiempo, la invocación de derechos y libertades ha empezado a convertirse en una cortada jurídica que disfraza pretensiones de naturaleza muy distinta; y la pretensión que aquí se disfraza no es otra que un laicismo agresivo que desea erradicar la expresión pública de la religión y que, en su cínico designio, no vacila en invocar la libertad que desea destruir.
Claro que, detrás de toda esta polémica, se vislumbra un fenómeno de aniquilación cultural que sólo admite una explicación patológica. ¿En verdad puede sostenerse que un crucifijo conculca la libertad religiosa? A mi recuerdo acude, cada vez que se suscita esta polémica, aquel hermoso poema que escribiera León Felipe, que no era precisamente el prototipo del escritor beatón o meapilas: "Más sencilla, más sencilla. / Sin barroquismo, / sin añadidos ni ornamentos, / que se vean desnudos / los maderos, / desnudos / y decididamente rectos. / Los brazos en abrazo hacia la tierra, / el astil disparándose a los cielos. / Que no haya un solo adorno / que distraiga este gesto, / este equilibrio humano / de los dos mandamientos. / Más sencilla, más sencilla; / haz una cruz sencilla, carpintero". No creo que sea posible compendiar con palabras más verdaderas el significado de la Cruz y su doble vocación. Los brazos en abrazo hacia la tierra, esto es, vueltos hacia la humanidad que sufre, en actitud acogedora y entregada; el astil disparándose a los cielos, con esa sed de misterio que empuja al hombre a elevar la mirada hacia la trascendencia. En esos dos maderos cruzados quedan sintetizados los dos anhelos más enaltecedores del hombre.
Cuando se retira un crucifijo, esos anhelos se niegan; y negar esos anhelos es tanto como negar nuestra estirpe humana. Como los alacranes que se clavan su propio aguijón y agonizan víctimas de su propio veneno, diríase que Occidente hubiese decidido aniquilarse, marginando y negando la herencia histórica que la constituye; y que, entregado irracionalmente a un arrebato de autodestrucción, estuviese dispuesto a invocar libertades para favorecer su conculcación. Pero cuando se decide que los crucifijos resultan ofensivos, no está lejano el día en que los cristianos sean perseguidos como delincuentes. Hacia ese horizonte caminamos; y entonces también se disfrazará esa pretensión con coartadas jurídicas.