Hay jóvenes de hoy que se ven en la paradójica situación de que sus padres son más adolescentes que ellos. Tienen que hacer de padres de sus padres y darles consejo y apoyo para que resuelvan sus típicas dudas acerca de quiénes somos y qué estamos haciendo aquí, cuando ya están bien metidos en la tropilla de los cuarentones.
Autor: Rafael Guijarro
Hay jóvenes de hoy que se ven en la paradójica situación de que sus padres son más adolescentes que ellos. Tienen que hacer de padres de sus padres y darles consejo y apoyo para que resuelvan sus típicas dudas acerca de quiénes somos y qué estamos haciendo aquí, cuando ya están bien metidos en la tropilla de los cuarentones. Quinceañeros y veinteañeros de los más variados pelajes, porque es una enfermedad que no distingue entre clases sociales, ni lugares, ni razas, se ven obligados a construirse a pulso ellos mismos las convicciones y los valores, para luego enseñárselas a los padres y a los profesores que dimitieron hace ya muchos años hasta del sueño de tener una vida ordenada.
Para sobrevivir a esa lacra de la civilización occidental, antes de que termine con ella, cuando hay que ir a lo básico-básico y empezar desde el cero absoluto, no hay mejor ayuda que la música, un lenguaje universal, con el que “se puede aprender más lo que une que lo que separa”. Esta afirmación constituye el eje de una película maravillosa, de la que hay que hablar y a la que hay que ir a ver, aunque haya sido estrenada casi clandestinamente, como si los distribuidores de cine españoles formaran parte activa de esa tropilla de cuarentones descerebrados, que no consiguen discernir si están yendo o viniendo.
La película se titula Esto es ritmo. Es un documental que narra los preparativos de una representación de La consagración de la primavera por la Orquesta Filarmónica de Berlín y el cuerpo de baile formado por 250 chicos y chicas de la ciudad, con edades comprendidas entre los ocho y los 20 años. Durante varias semanas, los directores del proyecto trabajaron para conjuntar la música de Stravinski, interpretada por los 150 músicos de una de las mejores orquestas del mundo, con algunos bailarines profesionales y una masa enorme de gente joven que jamás había oído esa música, ni sabía siquiera lo que era una orquesta filarmónica, ni quién era Stravinski, ni lo que supuso La consagración de la primavera como revulsivo, y lo difícil que resultaba interpretarla. Pero resultó que tenían ganas de hacer cosas mejores y de salir ellos mismos de la mediocridad de la vida impuesta por las circunstancias y por sus padres y profesores. El proyecto llegó a su culminación cuando todos decidieron poner en él lo mejor que tenían. Ni más ni menos. Y las dos horas del documental se siguen en vilo, por lo bien contada que está esa aventura excepcional.