N os asomamos sigilosamente a su habitación y vemos a nuestro personaje en plena función. Sí, está haciendo los deberes… pero al mismo tiempo está escuchando música, conversando con sus amigos por el Messenger, consultando su e-mail, actualizando su perfil de Facebook y echando miradas al televisor que tiene en su cuarto. Es el niño multitarea o multitasking.
¿Podrá hacer bien todo lo que está haciendo al mismo tiempo? ¿Su capacidad cognitiva le permite absorber toda esta ingente información que le llega por distintos canales?… Las dudas surgen espontáneamente en la mente de sus asombrados padres y maestros que observan incrédulos a este fenómeno de la naturaleza.
Pero, señores: es el producto de nuestros días. Es el niño ensimismado, ajeno a su entorno material, que se balancea a sus anchas en el mullido ciberespacio y que se columpia dichoso en el maravilloso mundo virtual de las pantallas (a menudo más gratificante que su propio mundo real).
“En Europa, casi la mitad de los niños y adolescentes de entre 9 y 16 años navega desde su propia habitación y un tercio ya lo hace desde el móvil u otros aparatos portátiles”, nos comunicaba el Proyecto Europeo de Investigación EU Kids Online, el pasado año.
Y del niño multitarea pasamos con facilidad al hiperactivo cognitivo.
¿Qué no saben que es esta denominación de hiperactivo cognitivo? Es lógico que desconozcan ese nuevo término, porque recién lo acaba de acuñar mi buen amigo José Antonio Marina (la primera vez que se lo oí fue cuando me presentaba un libro –“Tenemos que educar”– en la Universidad CEU San Pablo de Madrid, el 23 de marzo del pasado año).
Ambos, José Antonio y un servidor, estamos en la tarea de elaborar un perfil del niño hiperactivo cognitivo (que, entre otras novedades, semeja un TDAH sin serlo).
Por el momento, tenemos las siguientes características: vive en la pantalla (se pasa un promedio de ocho horas, entre ordenador, móvil, consola y televisión); tiene la necesidad de saltar de una información a otra (se limita a leer lo que ve en la pantalla); necesita el continuo bombardeo de mensajes para aislarse (se angustia si está en un ambiente silencioso); dice a todo el mundo lo que está haciendo y todo el mundo se lo está diciendo al mismo tiempo (por lo tanto: no tiene intimidad); su pensamiento, su memoria y su voluntad, no están dentro de él/ella, sino fuera. ¿Qué les parece esta primicia de retrato robot?
En un próximo artículo les hablaré de otra denominación que probablemente también ustedes desconocen: el botellón electrónico. Este término lo acuñé hace una década y tiene su miga. Ya lo verán.