"Se negaba incluso a reconocer las
letras, y todos los esfuerzos realizados
en la escuela y en el hogar
para iniciarle en el aprendizaje de
la lectura habían fracasado"
Autor: Montserrat del Amo
Los padres estaban preocupados porque sus dos hijos mayores, que ya estaban estudiando en la universidad, habían aprendido a leer con toda facilidad antes de los seis años, mientras que el más pequeño, que había cumplido ya los siete se negaba incluso a reconocer las letras, y todos los esfuerzos realizados en la escuela y en el hogar para iniciarle en el aprendizaje de la lectura habían fracasado hasta el momento.
Un día su madre le dijo, cariñosa: –Ni la profesora del colegio, que está cansada de enseñarte inútilmente, ni tu padre, que se enfada porque no le escuchas, ni tus hermanos, que se ponen a jugar contigo en vez de darte clase. De ahora en adelante, yo, yo misma, te voy a coger un ratito todas las tardes a la vuelta del colegio y te voy a enseñar a leer, verás qué bien nos va. ¡Leer es muy fácil!
El niño comentó:
–Fácil sí que es.
–Entonces, ¿por qué no aprendes?, le preguntó la madre sorprendida.
Y el niño confesó:
–¡Ay, mamá, mamaíta! Es que detrás viene “todo”.
Ese “todo” amenazador que le asustaba eran las horas de estudio de sus hermanos mayores y el trabajo de sus padres, que el niño asociaba a la lectura y que estaba procurando esquivar resistiéndose al aprendizaje.
La madre contó la salida del pequeño a los demás miembros de la familia, que se pusieron de acuerdo para negarse a leerle los cuentos que tanto le gustaban, diciéndole:
–Ahí están los libros. Cuando aprendas, los podrás leer tú mismo siempre que quieras.
Privado de los relatos e informaciones que hasta ese momento el niño había recibido en su casa por vía oral continuamente, y convencido de que en adelante tendría que interpretar los textos por sí mismo, en muy poco tiempo el pequeño de la casa empezó a leer de corrido.
A éste, y a otros niños que presentan dificultades en el aprendizaje, no les falta inteligencia, sino motivación para la lectura, y bastará descubrir sus intereses para que el problema se resuelva por sí mismo.
Generalmente, los adultos, incluso los más amantes de la lectura, insistimos demasiado sobre su utilidad presentándola como una herramienta imprescindible para la adquisición de nuevos conocimientos y nos olvidamos de evidenciar sus enormes posibilidades como transmisor de sentimientos y fuente de diversiones.
Creo que antes y después de que el niño domine la mecánica de la lectura debemos poner en relieve sus aspectos lúdicos, pues no basta enseñar a leer, es preciso despertar la afición, ayudarle a descubrir y a experimentar el placer de la lectura, para que el “todo” amenazador del esfuerzo y el trabajo se convierta en el “todo” enriquecedor y gozoso que encierran los libros.