Cada día es más frecuente que
las parejas con problemas de
convivencia acudan a la ayuda
del psiquiatra. La vida conyugal
es la forma más frecuente y estable
de la vida adulta, de ahí su trascendencia,
y de ella se deriva la familia, la institución
más antigua de la sociedad, soporte clave
de la vida de cualquier pueblo.
Autor: Enrique Rojas
Las quiebras, rupturas y separaciones conyugales dañan, por tanto, a la
familia, produciendo un efecto negativo que termina por desestabilizar al
eslabón más frágil de la cadena, los hijos. La psicología de la conducta por
imitación tiene aquí fiel reflejo. En la vida familiar todo gira casi siempre en
torno a pequeñeces cotidianas, esas menudencias que emergen una y otra vez,
intentando romper la convivencia estable entre padres e hijos. Pero a la larga,
esas mismas nimiedades, esos fragmentos escasos, leves e intrascendentes en
donde lo diario se recorta, dando su propio reflejo, serán con el paso de los
las que unan, las que consigan conjuntar las antitéticas psicologías que pueden
llegar a convivir en una misma familia. Equilibrio, asentamiento, consistencia y
solidez; un estadio que pretende alcanzar cualquier colectivo, especialmente la
unidad familiar. Pero ese objetivo nunca es inmediato, y para lograrlo deben
estar comprometidos padres e hijos. Sin el referente claro de unos, los otros
pierden el norte, la brújula que les guía, y el barco familiar empieza a
hundirse. En definitiva, sin un andamiaje adecuado, sin resortes psicológicos y
humanos de más envergadura, coherentes y constructivos, estamos
irremediablemente abocados al fracaso. La importancia de la familia como motor
educativo está fuera de toda duda. Y nuestra función primordial como padres
consiste en educar en valores, aportando a nuestros hijos un "equipaje" moral
que les permita aventurarse sin ningún tipo de riesgos en el apasionante viaje
de la vida. Una convivencia apacible, tranquila y estimulante, donde la
comprensión es el clima predominante, es la mejor enseñanza que podemos
transmitir a nuestros hijos. Cadencia y simetría de la compenetración, esa es la
receta, fruto de un esfuerzo prolongado, de años y años, en donde cada uno ha
puesto lo mejor de sí mismo. La teoría del amor conyugal consiste en saber que
para que funcione una pareja tienen que darse, además de un sentimiento positivo
ante el otro, una tendencia, unas ideas y creencias comunes. Y poner en juego la
voluntad, la inteligencia y el esfuerzo por acrecentarlo cada día. La
consecuencia natural de ese amor verdadero, sólidamente asentado, son los hijos.
Los más pequeños observan, interiorizan y reproducen nuestros comportamientos;
¿no deberíamos preguntarnos qué clase de ejemplo les estamos dando?