Los padres y profesores de aquellos años a los que impartí cientos de cursos y de conferencias me enseñaron que "educar" es sembrar en la mente y en el corazón del educando los valores fundamentales de siempre, que nunca mueren, porque son la esencia de la necesaria humanización del individuo humano
Autor: BERNABÉ TIERNO
Cuando hace 25 años escribía en el antiguo diario Ya, mi colaboración semanal que llevaba por título “Saber educar” ya, preparaba mi obra Valores Humanos, que en la actualidad acaba de salir con el título de Fortalezas Humanas (Ed. Grijalbo). Los padres y profesores de aquellos años a los que impartí cientos de cursos y de conferencias me enseñaron que “educar” es sembrar en la mente y en el corazón del educando los valores fundamentales de siempre, que nunca mueren, porque son la esencia de la necesaria humanización del individuo humano. Esos valores de siempre son:
1 – El respeto a sí mismo, a los demás y también a las cosas que son de todos.
2 – La empatía que nace del respeto al otro y de la necesaria valoración como ser único e irrepetible con el que hay que convivir, y esa convivencia será más humanizada y gratificante en la medida en que sea fraternal, generosa y de mutua ayuda. El educando tiene que aprender a querer, valorar, respetar y considerar a sus semejantes o no se forma ni educa convenientemente. El “yo” se construye en interacción con el “tú” con el que se relaciona en el día a día.
3 – La responsabilidad, que supone libertad para asumir compromisos y por tanto con conciencia de estar en posesión de las habilidades necesarias y de las capacidades para considerarse responsable ante uno mismo, ante los demás, de la propia vida y ante la vida que nos ha tocado vivir.
4 – La justicia, principio de orden y de la armonía, como impulso natural que inclina a la voluntad a entregar al otro lo que en derecho le pertenece. Recordar que según Teognidas “Todas las virtudes se hallan comprendidas en la justicia”.
5 – Filantropía o amor al hombre, que no es posible sin la empatía, sin la bondad y la magnanimidad propia de toda “buena persona”. En realidad el buen ciudadano lo es en la medida en que sea buena persona.
6 – Honestidad y honradez de obrar conforme a las ideas y valores libremente elegidos, amorosamente acogidos y firmemente defendidos. La honestidad supone autenticidad y coherencia.
7 – Ciudadanía, es el valor de quien se reconoce como parte integrante de una comunidad ciudadana que le aporta unas señas de identidad por las que se respeta a sí mismo, a los demás y a todo lo que representa su comunidad. El buen ciudadano es honrado en su pensar, decir y obrar por convencimiento propio y/o porque ha ido forjando su conciencia moral de acuerdo a unos valores reflexivamente ponderados, selectivamente elegidos y libremente acogidos. Sin esta última condición no puede darse verdadera educación, sino imposición y domesticación. Somos los padres, profesores y educadores los encargados de educar. Y los políticos de turno que hagan su política, pero que se olviden de domesticar a los niños y adolescentes.