"Educar es una tarea exigente y ardua.
Exige paciencia, observación
y creatividad; pero sobre todo amor,
es decir, saber que el otro tiene un
bien que tú tienes que ayudar a descubrir
y hacer crecer"
Autor: Santiago Arellano
Ningún ser humano nace hecho, acabado o perfecto. La vida se nos da como un camino de perfección, un tiempo o una sucesión de días para lograr que el que en germen estaba previsto que fuera no se quede tronchado o destruido en las alternativas del vivir de cada día. El punto de partida de todo educador, es decir, de padres, amigos, esposos, y no sólo de los profesores, es que tenemos delante una persona, que como los aviones, lleva su caja negra o, si se quiere, posee un proyecto de ser único e irrepetible, pero que hay que ayudar a aflorar, que hay que cultivar y que hay que alimentar. No otra cosa significa la palabra alumno. Los antiguos decían “quien bien te quiere, te hará llorar”. Educar es una tarea exigente y ardua. Exige paciencia, observación y creatividad; pero sobre todo amor, es decir, saber que el otro tiene un bien que tú tienes que ayudar a descubrir y a hacer crecer.
En educación lo que no se cultiva se atrofia. Si los hijos fuesen sólo una combinación biológica de los padres, el conocimiento de los genes nos permitiría predecir cualquier vida desde su concepción. Quizás podamos conocer sus tendencias y sus fragilidades corporales: pero nunca, aunque conociéramos circunstancias de espacio y de tiempo, podríamos, sin atrofiarlo previamente, ni definir ni determinar el futuro ni el comportamiento de nadie. Esto es ser persona, un proyecto en libertad, único e irrepetible, que alcanza su sazón cuando armoniza proyecto, naturaleza y vida, de lo contrario padece sensación de vacío, se encuentra desazonado e insatisfecho.
Maravillosamente lo entendió y lo expresó Pedro Salinas en el poema Perdóname. Amar no es recrearse en las delicias aparentes y efímeras del amado y de la amada. Es ayudarse recíprocamente a su mutua perfección. Ello no es fácil ni está exento de errores e incluso de sufrimiento. Perdóname, suplica el poeta, por ir a veces con tanta torpeza, por ocasionar a veces dolor. El que ama no pretende ni lo uno ni lo otro. El amor le obliga de manera inexcusable a buscar, a bucear en el fondo y a propiciar ese “tú” verdadero ignorado por el otro, pero en el que se encuentra el auténtico y mejor modo de ser de cada persona.
Es una tarea de crecimiento, de elevarse hacia lo alto, de buscar nuestra propia perfección, como cuando el árbol parece que se alza al encuentro de la última luz del sol. “Ascendiendo de ti a ti misma”, como tan nítidamente lo describe Salinas. Es entonces cuando el amor verdadero encuentra su respuesta proporcional. El ser que en germen estaba en mi hijo o en mi hija, en mis alumnos, en mi amigo o amiga, en mi novia o en mi esposa, aquel a quien verdaderamente amo, corresponde con su verdad esencial esa criatura, que siendo desde siempre, “que eras”, se ha transformado en nueva. Entonces le puede “contestar”de igual a igual, de ser a ser, de verdad a verdad.