La educación tiene por objeto alentar y potenciar lo mejor y más valioso del niño y del adolescente y educarle para la vida, para ser feliz y vivir de manera consciente y disfrutadora el día a día.
Autor: Bernabé Tierno
Termina de salir de mi consulta una mujer de setenta años que ha estado arrastrando toda su vida hasta hace un año unos sentimientos pesimistas y fatalistas, precisamente porque la educación que recibió en su familia sólo pretendía enseñarle lo que era malo, lo negativo, lo pecaminoso, lo que estaba mal y creció pensando que disfrutar, ser feliz, pasarlo bien, gozar de las cosas era algo negativo. Por suerte, hace un año descubrió que ella no había hecho otra cosa en su vida que dejarse llevar, pero no había pensado por sí misma. Personas tan negativas como su padre y su madre le habían contagiado un tremendo sentido pesimista de esta vida en la que venimos a sufrir y pasarlo mal para merecer la otra vida. Consciente de tamaña estupidez y con una valiosa ayuda psicológica, esta mujer es hoy puro optimismo, ganas de vivir y entusiasmo.
Esta experiencia que tiene como protagonista a una persona real que ha perdido casi toda su vida en lamentos y quejas, me lleva a recordarle a padres y profesores que o educamos para la felicidad, la alegría y las ganas de vivir, como defiendo y demuestro en mi último libro Optimismo vital (Ed. Temas de Hoy), o no educamos. Todo debe estar supeditado, y por supuesto la educación del individuo humano, al fin primordial del hombre que no es otro que realizar su vocación de felicidad.
Trabajar, esforzarnos, hacer amigos, formar una familia, estudiar, ejercer una profesión, etc., o contribuye de manera directa o indirecta a ser más felices o no sirve de gran cosa. Esto debemos tenerlo bien presente los educadores, porque si deseamos educar para el esfuerzo y las dificultades, debemos dejarle claro al educando que todo lo valioso cuesta tiempo y esfuerzo, pero además, las personas más felices no son las que lo tienen todo fácil, sino las que se sienten orgullosas de sí mismas porque logran sus objetivos y metas, superan las dificultades y son capaces de disfrutar de lo cotidiano.
En definitiva, educamos a nuestros hijos para que sean fuertes, optimistas, esforzados y valientes y sepan estar al cargo de sus vidas, regir sus propios destinos o no los educamos. Sin optimismo, sin ilusión y sin entusiasmo no es posible sentirnos con las energías y la necesaria motivación.
Eduquemos, por tanto, para el optimismo, la felicidad y la vida.