No sé quién decía que criar a un hijo es criar a tu propio juez. Pero no andaba desencaminado. Un niño tiene a uno de sus padres como primer modelo de conducta, y por ello es el primero en notar nuestras propias contradicciones…
No sé quién decía que criar a un hijo es criar a tu propio juez. Pero no andaba desencaminado. Un niño tiene a uno de sus padres como primer modelo de conducta, y por ello es el primero en notar nuestras propias contradicciones: con los primeros años las manifiesta preguntando ¿por qué?; en la edad de la razón, pidiendo explicaciones; en la adolescencia mucho más duramente… Probablemente sólo teniendo sus propios hijos acaben por comprendernos: la justicia de la vida se manifiesta de forma harto curiosa.
Entre los muchos errores que Hollywood ha extendido por Occidente sobre la psicología o la educación está la teoría del trauma. Las interpretaciones que se hicieron de Freud cruzadas con la forma de contar las historias del cine, basadas en momentos significativos, han hecho que multitud de películas basen los comportamientos de los adultos en un trauma ocurrido en un determinado momento de la infancia. He conocido a no pocos padres preocupados por no traumatizar a sus hijos, influidos –muchas veces sin saberlo– por estas tesis o estas películas. Para bien o para mal, lo cierto es que por lo general los seres humanos no funcionamos así.
Evidentemente, el trauma existe, pero en la gran mayoría de los casos los adultos somos, entre otras cosas, no el resultado de una tromba de agua que permite florecer al desierto, sino de la lluvia fina y constante que permite formarse a los bosques.
Porque es el ejemplo diario de nuestros padres el que va calando y modelando nuestra forma de ser. La simple urbanidad no es el resultado de una lección, sino de miles de pequeñas correcciones. Con más razón puede decirse lo mismo de nuestra educación y nuestro carácter. Cualquier padre daría la vida por su hijo en un momento puntual, pero afortunadamente ese sacrificio no suele ser necesario. Sin embargo, cuántas veces nos cuesta modificar nuestros propios comportamientos, o realizar una y otra vez correcciones necesarias.
Pero de esa suma de sacrificios estamos hechos.