Estoy harto de Indiana Jones. Le han puesto tanto botox a Harrison Ford para quitarle las arrugas que le han dejado inexpresivo. Se pasea por la peli con la misma cara de bobalicón que se le queda a los espectadores que pagan la entrada para verla.
Le han puesto botox a todo, al guión, a la historia, a los efectos especiales. A todo menos a la taquilla, pero no pasará muchas semanas entre las películas más vistas, aunque sólo sea porque de la añoranza, lo que se va a disparar es la venta de Indiana Jones en busca del arca perdida, la primera de la serie, la que lanzó al personaje, al actor, a la historia, al tono simpaticón y medio torpe del profesor universitario con una doble vida entre sus investigaciones y sus clases en la Facultad.
Hay una cosa terrible en el mundo que nos rodea y que se llama “estrategia de marca”. Si una cosa tiene una marca y otra cosa, y otra más, se acaba reconociendo más la marca que la cosa. En cine esto sucedió con el llamado “cine de autor”: la nueva peli de un “autor reconocido” tenía que ser buena porque lo habían sido las anteriores, con lo cual el que hacía una peli buena ya podía vivir del cuento el resto de sus días.
A las marcas les pasa lo mismo: si unas zapatillas deportivas son buenas, también lo tienen que ser las camisetas, aunque se te caigan a jirones; y el nuevo modelo de zapatillas que sacará el año siguiente para que todo el mundo tire las del año anterior –¿no eran tan buenas?– y se apunte a las nuevas, aunque sean peores, más incómodas, más feas y mucho más caras, encima.
Indiana Jones cada día que pasa está peor y si no fuera por la marca no irían a verla ni los más crédulos espectadores del cine de aventuras, pero le pones el sombrero en la cabezota y nos vamos todos como posesos a ver una tomadura de pelo, para mayor gloria de los grandes tomadores de pelo, que son Spielberg, Lucas y el propio Harrison Ford.
Hace mil años tuvieron gracia y hoy viven del cuento tantas segundas, terceras y cuartas partes de la misma historia. El botox ha llegado al cine, como a tantas cosas, el sueño de que todavía somos como éramos y que nos reiremos como nos reíamos. Nanay del paraguay. Nos están colocando las castañas que ya nunca pensaban que se venderían, a base de repintar y repintar lo que se lo saben hasta los niños de Primaria, porque han visto los episodios anteriores en la tele o en vídeo, y se los saben de memoria; no como sus padres, que se les ha olvidado ya de qué trataba aquello que les gustó tanto, cuando eran unos pipiolos.