Nunca como ahora me había enterado de tantas intimidades de mis conciudadanos fuera de la consulta. Gente anónima que quizá nunca más volveré a ver, pero que me han regalado al pasar por su lado unos retazos de su vida privada, que no me importan nada.
Gente que nos “ameniza” el rato por las calles, salas de espera, autobuses y trenes (y pronto también en aviones), con la estridente musiquita de la llamada –cuanto más personalizada, mejor– y con su mímica espontánea, mostrando sonrisas, risas o llantos –según el contenido emocional que emita su aparato–, y de paso te informan que el marido le está poniendo cuernos, o que el niño no va bien en matemáticas, o que se ha olvidado de poner a hervir el caldo… ¡la vida misma!
Se impone, pues, una educación para el buen uso del móvil. Porque el mal ejemplo de los adultos está pasando a los críos, que ya están todo el día pegados al aparato. “El 33 % de los niños españoles de 8 a 13 años tienen teléfono móvil de uso personal”. ¿Ya me dirán ustedes para qué le sirve un móvil a un chaval de ocho años?…
Otra cuestión es el adolescente de 12 o 13 años, cuya pertenencia de móvil le hace sentirse integrado en el grupo de iguales; pero un crío de ocho años –salvo en circunstancias especiales de grandes desplazamientos en zonas rurales, viajes al extranjero, etc.–, no tiene porqué ser usuario de móvil. Y aquí pecan –de buena fe, claro– los padrinos que obsequian a sus ahijados con un móvil el día de su Primera Comunión, por ejemplo. Cuando, antes, a la criatura le regalaban una crucecita o un escapulario de oro, o el típico estuche de pluma estilográfica y bolígrafo.
También para que no estén dos chicas quinceañeras hablándose por el móvil a cinco metros de distancia, pudiendo hacerlo cara a cara (y digo chicas porque estadísticamente está comprobado que utilizan más el móvil que los varones: un 37 % de chicas tienen el aparato, ocho puntos por encima de los chicos).
Descubro que hay niños que influyen en la elección del lugar de vacaciones familiar… ¡según si hay o no cobertura para sus móviles! Los japoneses llaman oyayubisoku (la tribu del pulgar) al conjunto de personas adictas a los mensajes de texto a través del móvil (los SMS); me temo que de seguir así, las futuras generaciones de usuarios tendrán hipertrofiado el pulgar…
Y puestos a pedir un “móvil” de la educación, insistiría en que no se utilice este aparato con malas intenciones; como, por ejemplo, gravar una paliza a un compañero de escuela y después pasarla a los amiguetes o colgarla en la red para que más gente se ría de la desgraciada víctima. (A esta cruel práctica de ciberbullying ya le han encontrado un nombre: happy slapping, que se podría traducir como “ser feliz pegando”).