E l Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad -conocido por sus siglas TDAH- es la enfermedad de moda. Y hay mucha gente “etiquetada” de TDAH, pero que lo tenga en realidad… ya es otra historia. Porque hoy en día, cualquier niño un poco más movido de lo habitual (para un crío de su edad) y que se distraiga con facilidad (que esté algo colgado en las nubes), no se libra de que le coloquen en la boca… ¡la pastilla milagrosa para el tratamiento del TDAH!
Vaya por delante, que no estoy ni mucho menos en contra de los medicamentos específicamente creados para tratar el TDAH. Ya que son de gran eficacia. Pero, siempre y cuando estén convenientemente indicados y recetados en el momento preciso. Teniendo en cuenta, además, que existen otros tratamientos para el TDAH que no pasan necesariamente por la medicación farmacológica, como son, por ejemplo, los suplementos alimentarios, las dietas de exclusión o las terapias psicopedagógicas (como ya dejé bien escrito en el libro Nunca quieto, siempre distraído. ¿Nuestro hijo es hiperactivo?).
Pero, como estamos inmersos en la “cultura de la inmediatez” y queremos “resultados rápidos”… buscamos el remedio urgente en la milagrosa pastilla. A menudo son personas ajenas a la familia, como es el caso del maestro impaciente (por desgracia, bastante frecuente) quien induce a los padres a que mediquen: “Pero, señora o caballero… ¡aún no le da la pastilla a su hijo para que esté quieto y no me altere la clase!”.
Y, luego, viene el profesional sanitario que no tiene tiempo para indagar el motivo del porque el chaval esté tan distraído en clase y le es más fácil prescribir: “Tome la pastilla para el TDAH” (aunque sus padres estén a punto de separarse y, por lo tanto, la cabeza del hijo no esté para estudiar); o para esclarecer el porque está tan ansioso y presenta tics: “Que tome este ansiolítico y se calmará” (aunque el crío no pueda aguantar la presión del aprendizaje escolar, que supera sus posibilidades reales), o averiguar porque la niña está triste, llorosa e irritable: “Ya verá lo bien que le va este antidepresivo” (aunque esté sufriendo un tremendo acoso escolar por parte de sus compañeras y esté en total indefensión).
Comparo el tratamiento medicamentoso del TDAH –y así lo explico a los pacientes- con una corrección óptica: al niño le ponen unas “gafas” (medicación) porque antes “no veía bien” (déficit de atención) para que ahora “vea bien”. En otras palabras: antes veía borroso y ahora, con las gafas, ya ve claro. Pero, ¡ojo!: esto no quiere decir que “entienda bien” lo que ahora ya “ve bien”. El que entienda bien lo que ahora ve es un segundo paso, otra etapa del programa terapéutico. Quizá habrá que enseñarle a poner codos al estudio, o ponerle una ayuda extraescolar, o remediarle su trastorno de comprensión subyacente al TDAH (por ejemplo, una dislexia), o desactivar el acoso escolar que está sufriendo, o quizá decirles a sus padres que no se pelen delante de él… En resumidas cuentas, amigo lector: todo no acaba con la pastilla milagrosa.