La de cosas que nos puede enseñar una humilde golosina. ¿A qué nunca hubiese pensado que un caramelo le diría si su hijo o su alumno de cinco años va a triunfar en la vida o va a quedarse en la cuneta? Pues esta profética respuesta la descubrió un agudo psicólogo.
En 1960, Walter Mischel, reputado psicólogo austríaco afincado en los EE.UU., hizo el siguiente experimento. Puso a un grupo de niños de cinco años de edad alrededor de una mesa y frente a cada uno de ellos había en un platito un apetitoso caramelo. Walter les dijo que podían comérselo, pero que si no lo hacían durante los cinco minutos que él estaría fuera de la habitación, al volver les daría un premio: ¡otra golosina de más!
Los investigadores que realizaron este experimento observaban el comportamiento de los niños a través de un espejo unidireccional, que les permitía ver sin ser vistos por los chavales (ahora quizá lo haríamos con una cámara de video). Lo más interesante era observar lo que los niños hacían. Unos se comían el caramelo inmediatamente, mientras que otros ponían en marcha curiosas estratagemas para controlar su irresistible impulso de zamparse la golosina: distraerse manipulando y oliendo el caramelo, taparse los ojos para no verlo, darse la vuelta ignorando el caramelo tentador, correr alrededor de la habitación, etc.
Mischel y su equipo siguieron durante 14 años la evolución de estos chavales del “test del caramelo” y descubrieron cosas muy interesantes, que también nos vienen bien –¡a punta de caramelo!– a nosotros, padres y maestros, para evaluar la importancia del control de los estímulos y del refuerzo retardado en el éxito tanto académico como emocional y social de las personas.
La conclusión más sorprendente del estudio fue que los niños de cinco años proclives a dejarse llevar por el impulso de comer la golosina de inmediato, siguen sin saber reprimir sus instintos cuando alcanzan la adolescencia, tienen baja autoestima y baja tolerancia a las frustraciones, y sus resultados académicos son peores que los de aquellos que supieron dominar sus impulsos más primarios (en este caso de glotonería), resultando que éstos son ahora los que alcanzan un mayor éxito académico, son más felices, viven armónicamente con su entorno familiar y son personas socialmente más competentes.