Aunque la prensa no hable de este asunto, el verdadero pacto educativo es el que se da entre los padres y los hijos. Los demás: los profesores, los políticos, los sindicalistas, los empresarios de la educación…
Aunque la prensa no hable de este asunto, el verdadero pacto educativo es el que se da entre los padres y los hijos. Los demás: los profesores, los políticos, los sindicalistas, los empresarios de la educación, los fabricantes de libros de texto o de los distintos cachivaches con los que se pretende que los niños estudien más y/o mejor, se juntan y se desjuntan para hacer pactos circunstanciales, en los que su interés primordial no son los niños, sino sus respectivas cuentas de resultados y sus ámbitos de poder.
La educación da de comer a mucha más gente de la que se piensa y si uno está bien posicionado en ese ámbito, como proveedor o controlador de lo que se consume allí, puede vivir mucho más desahogadamente que los padres que llevan sus niños a algún sitio a que alguien les enseñe algo, y no digamos de los niños que se ven atosigados por tanto vendedor de fórmulas mágicas y de cachivaches, con los que pretenden garantizar que acaben bien educados.
El pacto de los padres con sus hijos dura toda la vida, mientras que el de los políticos apenas llega a los cuatro años. Hay ministros y ministras que se fueron de rositas porque lo que hicieron llegó el siguiente y lo deshizo completamente.
Ni siquiera los profesionales de la educación llegan a estar muchas veces bien educados, como se ve con tanta frecuencia. Los niños no tienen más que doce, catorce o dieciséis primeros años de su vida para acabar sabiendo algo que les sirva para vivir y para educar a los hijos que vengan después. Un año de un niño, con su mente despierta y sus capacidades de entender inéditas, no tiene nada que ver con un año de un profesional de la cosa. Y unos padres no tienen más que los niños que tienen, –mientras los profesionales los tienen a porrillo y a veces parece que les sobran–, y además los tienen para toda la vida, sin que se puedan cambiar por otros que hayan sido mejor educados que lo suyos.
Por eso el verdadero pacto, el que es irrompible y duradero, es el de los padres con sus hijos, que adquiere particular relevancia cuando llegan las vacaciones, cuando se quitan de enmedio los expertos y se quedan los protagonistas cara a cara sólos frente a la pregunta: ¿qué vamos a hacer para pasarlo bien juntos? Esa pregunta sólo pueden hacerla los padres con los hijos. Los demás protagonistas secundarios de los asuntos educativos no se la plantean jamás. Y la respuesta es: disfrutar, disfrutar y disfrutar juntos, que estamos de vacaciones, y son bastante largas. Guau.