La proliferación de desarreglos psíquicos entre la población actual, ¿no tendrá mucho que ver con la anulación de ese tibio cobijo que la familia nos proporciona, frente a las intemperies de la vida?
Autor: JUAN MANUEL DE PRADA
S iempre me ha causado una perplejidad rayana en la jaqueca que la protección de
la institución familiar se vincule con las tendencias ideológicas de nuestros
gobernantes. Ante tamaña sandez, me pregunto: ¿Eran los romanos de derechas?
¿Aquella fabulosa maquinaria de amparo jurídico a la familia que idearon, sobre
la que se asentaba su organización política, económica y cultural, tenía una
inspiración fascistoide? Un similar estupor me sacude cuando se menciona el
sentimiento patriótico entre los síntomas de adscripción al conservadurismo más
cavernario. ¿Hemos de leer a Homero y a Cicerón con la prevención de saber que
eran unos fachas inveterados? Son preguntas irrisorias, a las que sólo un
perturbado respondería afirmativamente, pero esa respuesta ha gozado de
predicamento en ciertos círculos intelectuales. Allá por los años sesenta, por
ejemplo, se llegó a escribir en una revista de crítica cinematográfica: "Nos
desagrada profundamente John Ford, porque es un fascista". Uno ve las películas
de John Ford y encuentra en ellas una denodada vindicación de la familia,
también de la patria (sobre todo de su lejana patria irlandesa), pero por mucho
que se estruje las meninges no halla por ninguna parte trazas de fascismo. Salvo
que por fascismo entendamos la lealtad a unos sentimientos ancestrales que
garantizan la supervivencia de una sociedad.
Si defender la familia es una
actitud derechista, habríamos de convenir que en España, nuestra malhadada
patria, padecemos desde tiempos inmemoriales, por lo menos desde Recaredo,
gobernantes adscritos a la izquierda más dura. Yo más bien creo que la
protección de la familia, como piedra angular sobre la que se asienta el
ordenamiento de una sociedad, constituye la enseña de un gobierno inteligente,
más allá de adscripciones apartidarias. Podría afirmarse, sin temor a incurrir
en la hipérbole, que los gastos y cuidados que un gobierno destina a la
preservación y defensa de la institución familiar son inversamente
proporcionales a los que engruesan la partida difusa de "asuntos sociales". Una
protección esmerada de la familia reduciría hasta la extinción todos esos
quebrantos del sistema educativo que tanto preocupan a nuestros politicastros y
que tan sañudamente sufren nuestros maestros. Si los chavales llegan a las aulas
sin desbravar (acabamos de saber que tres de cuatro profesores han sido alguna
vez acosados por sus alumnos) es, en buena medida, porque han crecido en
familias invertebradas, adelgazadas hasta la inanición, que no han sabido ni
podido inculcarles las nociones básicas que rigen la vida en sociedad, los
fundamentos mínimos que garantizan nuestro crecimiento como personas.
Y la
proliferación de desarreglos psíquicos entre la población actual, ¿no tendrá
mucho que ver con la anulación de ese tibio cobijo que la familia nos
proporciona, frente a las intemperies de la vida? ¿Por qué nadie se atreve a
formular con claridad el vínculo que existe entre muchas de las recientes
patologías sociales –el consumismo bulímico y descontrolado, la soledad urbana,
las plurales ansiedades que desnortan nuestra brújula vital– y la sistemática
demolición de la familia? Los perseguidores de esta milenaria y grandiosa
creación humana suelen tildarla de represiva, tiránica, intemperante y
castradora; tanto encono sólo puede derivarse del rencor, de ese sórdido
resentimiento que la fealdad moral profesa a las cosas hermosas. Quizá las
familias de estos resentidos fueron, en efecto, jaulas irrespirables donde
borboteaban las pasiones más mezquinas.
Y ese rencor privado han querido
instalarlo a la sociedad, como las alimañas rabiosas que no encuentran alivio
hasta que no consiguen contagiar su veneno mediante el mordisco.
Pero quienes
hemos probado el amor maternal, la protección paterna, la fraternidad tumultuosa
y fecunda, las enseñanzas invictas del abuelo, estamos inmunizados contra ese
mordisco. Y, además, vamos a seguir defendiendo ese mismo ámbito de hermosa
creación humana, de generación en generación, aunque nuestros lastimosos
gobernantes prefieran seguir gastando dinero en "asuntos sociales", categoría,
desde luego, mucho más difusa y mucho menos fascista que la familia.