Los gobiernos y los expertos lo llaman economía sumergida, cuando en la mayor parte de los casos se trata sólo de buena educación, esa actitud que nos lleva a dar sin esperar recibir nada, a cambio de recibir sin esperar tener derecho a ello. En los momentos de crisis…
Los gobiernos y los expertos lo llaman economía sumergida, cuando en la mayor parte de los casos se trata sólo de buena educación, esa actitud que nos lleva a dar sin esperar recibir nada, a cambio de recibir sin esperar tener derecho a ello. En los momentos de crisis es cuando más se nota que lo peor consiste en quedarse solo, pendiente de lo que el gobierno de turno te quiera dar para que te vaya mejor. Para las crisis económicas no hay nada mejor que formar parte de un grupo familiar unido en el que unos echan una mano a los otros todas las veces que haga falta.
Los padres cuidan de los hijos y los abuelos de los nietos o viceversa, sin tener que contratar a una canguro el día que los padres quieren irse a cenar juntos. Para algunas fiestas familiares los vecinos se prestan los videojuegos o el karaoke, lo mismo que la sal o una barra de pan que falta inesperadamente de una casa aunque no sobre de otra, pero las cosas pueden apañarse si se trata de un apuro.
Lo peor es no tener a quien acudir, y comerse los marrones a solas en las salas de espera de los hospitales o en las colas de los organismos públicos, esperando la vez para que te den el volante con el que acudir al especialista a que te lo solucione.
Aunque al final acabe bien, no es lo mismo que te lo resuelva un funcionario de guardia, que si lo hacen tu madre, tus hijos o tu mujer. Por eso hay que haber vivido solo mucho tiempo para llegar al convencimiento de que pagando impuestos se arreglan las cosas.
Es curioso que los índices de mayor felicidad no se dan en los países que tienen superdesarrollada la asistencia social sino en los que los núcleos familiares están más habituados en ese dar y recibir continuo, sin pasar factura de los favores. En los índices de suicidio, de eutanasia, de aborto, de maltrato, nunca están por delante los países pobres que suelen ser personas que han aprendido a aguantarse unos a otros, sino los que necesitan tener de todo y se quejan de que nunca les llega. La gente de la India o Colombia es más feliz que la de Holanda o los países nórdicos, aunque tengan mucho menos, y eso es una tendencia constante que se repite incansablemente.
Tal vez una razón sea que al esperar todo del Estado lo queremos todo perfecto y nos enfadamos, porque hemos pagado por ello cantidades a veces desorbitadas, mientras que cuando viene de la ayuda de unos a otros, nos sabemos gente común, que acierta y falla a partes iguales y lo compensa con una buena disposición a hacer amable la ayuda.