La crisis económica tiene algunas consecuencias inesperadas, pero muy interesantes. Posiblemente hemos aprendido a vivir con mucho menos que el año pasado. Las ventas han descendido un 40 por ciento en un montón de cosas…
La crisis económica tiene algunas consecuencias inesperadas, pero muy interesantes. Posiblemente hemos aprendido a vivir con mucho menos que el año pasado. Las ventas han descendido un 40 por ciento en un montón de cosas, y no ha pasado nada. Las personas y las empresas que ganan dinero a costa del que les entregamos los consumidores, sí lo están pasando un poco mal, pero se trata sobre todo de la enorme cantidad de cosas completamente superfluas de las que hemos tenido que prescindir a la fuerza, y luego hemos notado que tampoco pasaba nada por no tenerlas. Las empresas y las personas que fabrican y venden cosas que son necesarias, se mantienen impertérritas en sus resultados económicos y gozan de una estructura sólida envidiable.
Por eso la crisis económica va por barrios y a quienes más les afecta es a los que tienen poco que decir, o poco que enseñar, o lo que tienen resulta poco interesante. Es muy curioso el asunto de las marcas comerciales y su pugna por no desaparecer frente a las marcas blancas. Durante muchos años se llegó a pensar que una buena marca sujetaba bien en lo alto a cualquier objeto que se vendiera protegido por el paraguas de su nombre, y así pasó que bajo ese nombre había objetos buenos y necesarios, y otros que ya no lo eran tanto. Con los objetos buenos la empresa vendía, pero tenía que sudar para fabricarlos de buena calidad; los objetos menos valiosos, que costaba menos fabricar, se vendían bajo la marca protectora, como si tuvieran la misma calidad, otorgando un beneficio superior a la marca, a costa de degradarla hasta el nivel de una marca blanca. Una marca sin marca, podía competir con ella con la misma calidad y un menor precio, cuando ya la marca "no marcaba" nada que se pudiera considerar relevante.
Los vendedores de marcas se cebaron con los niños y adolescentes, vendiéndoles humo en unas zapatillas, una sudadera o un refresco, que no se distinguían de los demás más que por la marca, y luego infantilizaron a los consumidores de más edad con su publicidad marquista. La crisis puede verse como el despertar de un inmenso periodo de infantilización colectiva, durante el cual estuvimos pagando por las cosas mucho más de lo que valían realmente, porque las marcas se habían apoderado de nuestra mente como de la de nuestros hijos, y parecía que consumiendo plin se era más feliz que consumiendo plon, o que no consumiendo nada, lo que es, a todas luces, completamente inexacto, como hemos podido comprobar en este año de crisis.