Los asuntos relativos a la vida y a la muerte de los seres queridos se tratan en el cine y en la opinión pública con una mojigatería que contrasta con las vidas y las muertes de los demás.
Autor: Rafael Guijarro
La vida sin Grace es una de esas películas que tratan de los efectos de la guerra de Irak en la retaguardia, en donde ya pueden ser visibles por la gente normal, por las familias de los soldados que combaten allí. La vida sin Grace trata de lo difícil que puede llegar a ser para un padre explicar a sus dos hijas la pérdida de la madre soldado en Irak. La película es maravillosa porque trata de los distintos modos de ver las mismas cosas cuando uno es mayor, o tiene ocho años, o doce. Aunque las guerras sean casi siempre perfectamente inútiles, las películas sobre la guerra sí pueden hacer reflexionar sobre muchas otras cosas; y ésta de La vida sin Grace es un curso completo de lo que tiene que hacer un padre con sus hijas en una situación inesperada que les afecta a todos personalmente.
Inesperada, o no tanto, porque cualquiera sabe lo que les puede llegar a suceder a los soldados en la guerra, pero todos confían en que eso no le pasará a su conocido, su marido, su mujer, que está allí más expuesta a morir antes que los demás miembros de su familia, si las cosas se tuercen. En ese sentido, la guerra es la de todos los días, la que se puede llevar por delante a alguien por un error, por una obstinación o sencillamente porque sí, porque le ha llegado el momento, aunque resulte aparentemente inesperado.
Y entonces se echan en falta las cosas que se debieron hacer o decir y que no hubo lugar ni tiempo para hacerlo, la necesidad del padre de recuperar el tiempo no dedicado a hablar con sus hijas, a entenderlas tal y como son, a ayudarlas, a quererlas de verdad, a fondo, sin tonterías ni alambicamientos que sólo complican las cosas.
La noticia obliga a un viaje repentino de los tres para estar juntos, conocerse mejor, encontrar tiempo de decirse las cosas despacio, disfrutar con la compañía de las personas queridas y aprender a sentir de otro modo la ausencia de la madre, que ya va a ser definitiva. La película sorprende porque los asuntos relativos a la vida y a la muerte de los seres queridos se tratan en el cine y en la opinión pública con una mojigatería que contrasta con las vidas y las muertes de los demás, que se pueden presenciar en el cine y en los otros medios de comunicación, como un espectáculo, como una estadística de si las cosas van bien o mal, y es una pena perder el sentido de lo que pasa, dispersarse en lo banal, cuando películas como ésta invitan a centrarse en lo básico, en lo que supone vivir, en el cariño de los demás, y en las obligaciones para con ellos a través del trabajo de cada uno.