Dos interesantes debates educativos se han desarrollado en las últimas semanas a ambos lados del Atlántico. Nuestro colaborador habitual Adolfo Torrecilla da buena cuenta de ellos en un delicioso reportaje en página 6. En Estados Unidos, Amy Chua, profesora de la Universidad de Yale, de origen chino, ha escrito ‘Batthel hymn of the tiger mother’ donde exalta la espartana educación oriental y ridiculiza la blanda educación occidental.
O sea, la nuestra. Exigencia frente a permisivismo, más deberes y menos derechos, más respeto y menos ‘colegueo’, etc. En el Reino Unido, también ha levantado ampollas la reforma que prepara Cameron, sobre todo, por su propuesta de volver a un modelo de enseñanza basado en “la transmisión de conocimientos, hechos” frente al aprender a aprender, aprender a pensar, desarrollar pensamiento crítico…
Estamos ante uno de esos debates eternos, el primero sobre la educación y el segundo sobre la enseñanza. Dos debates profundamente interconectados y con una raíz común: el constructivismo pedagógico. Esa corriente de pensamiento que entiende que el niño es bueno por naturaleza (basado en el pensamiento de Rousseau) y que debe construir por si mismo su universo de conocimientos, sin una excesiva intervención por parte de los adultos, ya sean padres o profesores, etc. etc. Parece una caricatura pero si nos paramos a pensar en ciertas escenas cotidianas de relación padres-hijos o profesores-alumnos, tal vez nos encaje alguna pieza. El constructivismo nació en Estados Unidos en los 60 y se extendió desde Reino Unido al resto de Europa a lo largo de los 70 y 80. Poco a poco se ha suavizando pero pervive con distintos niveles de intensidad y de ahí la reacción de estas últimas semanas.
Está bien corregir el rumbo, pero sin efecto péndulo. Corremos el riesgo de pasar de una visión ‘rusoniana’ de la educación a un modelo jansenista, que entiende que el niño tiene la naturaleza dañada y que sólo la severa disciplina de una madre oriental (una madre tigre) puede lograr formarle como persona. Como sugiere Torrecilla, se trata de buscar el término medio pero, sobre todo, buscar a la persona que merece ser educada por lo que vale. Porque educar no es una estrategia: educar es, ante todo, amar.