"Nadie se tomaba muy en serio las
marías. Aquello sí que era una buena
Educación para la Ciudadanía,
negociábamos para resolver conflictos
y no nos imponíamos a machamartillo
las ideas"
Autor: RAFAEL GUIJARRO
En mi instituto nacional de enseñanza media había tres asignaturas que todos llamaban “marías”: religión, política y gimnasia. La política era “Formación del Espíritu Nacional” y la gimnasia, “Educación Física”, pero las tres se caracterizaban por dar aprobado general. El profesor de Religión, don Gabino, presumía de que nunca le había copiado nadie, porque sólo suspendía a quien lo hiciera y nadie se había atrevido. Naturalmente, el deporte de la clase consistía en ver quién encontraba el medio más sofisticado para copiarle y salir así del aprobado general hacia las mejores notas, sin haber pegado ni clavo y con el morbo de quedarse para septiembre si le pillaban. El profesor de FEN tenía la boca torcida y le llamábamos el peón porque avanzaba de frente y comía en diagonal. Allí había que saberse que la vida tenía un triple sentido: individual, social e histórico; y que España era una unidad de destino en lo universal. Con eso y un poco de bulla se aprobaba. Y la gimnasia yo la aprobé un año sin ir ni un día a clase. El profesor exigió que fuera con mi padre a verle, y a explicar qué hacía cuando me piraba la gimnasia, cosa que conté a los dos con todo detenimiento, aunque luego hubo que dar algunas explicaciones complementarias al llegar a casa.
Nadie se tomaba muy en serio las marías. Aquello sí que era una buena educación para la ciudadanía, negociábamos para resolver los conflictos y no nos imponíamos a machamartillo las ideas preferidas. De ese franquismo tardío y somnoliento salió sin duda la gente que hizo la Transición pocos años después, porque habíamos aprendido por necesidad en el colegio a compartir las cosas y a no mirar demasiado hacia atrás, ni intentar hacer que las reglamentaciones imposibles de cumplir si se aplicaran al pie de la letra.
El clima sólo se enrarece cuando uno intenta aplicar sus principios y sus ideas a los demás, vengan o no vengan a cuento. El ambiente cristiano que se vivía en aquel instituto no tenía nada que ver con las clases de religión, sino con la personalidad de algunos profesores excelentes, que lo eran, y que además de dar magníficamente su asignatura, expresaban con naturalidad y sin aspavientos sus creencias, junto a otros agnósticos o descreídos que también eran excelentes y también lo hacían con las suyas, sin avasallar, y un capellán que era un genio y que se llamaba Fidel, como Fidel Castro, ni más ni menos. Creo que son los dos únicos Fideles que podría identificar.