En España hay una percepción del
colegio más parecida a un almacén
de niños donde esperan a que sus
padres terminen de trabajar que a
un lugar en el que se aprende.
Autor: Rafael Guijarro
Los hijos únicos chinos odian a sus padres. Con la productividad a tope, padre y
madre trabajan como fieras y el niño único obligatorio no los ve más que cuando
llegan las notas del colegio y le abroncan porque no se esfuerza como ellos.
Además no hay chicas ni de su edad ni de ninguna otra. La campaña del hijo único
hizo que muchos padres mataran a los bebés si eran chicas, porque necesitaban un
varón que trajera dinero a casa cuando ya no pudieran valerse. Sin chicas, sin
amigos y abroncados para garantizar el futuro de la familia, los chinos jóvenes
afrontan una soltería perpetua y aguantar a dos viejitos con un solo sueldo, lo
que no les debe resultar muy halagüeño. Aquí las cosas no son mucho más
diferentes, aunque los problemas padres-hijos todavía no se han agudizado tanto.
En un chiste reciente de Forges, un chico decía: ¿qué le vas a pedir a los Reyes
Magos? y el otro contestaba: una tarde con mis papás. Parece que uno de los
males de la educación española, que deja a los chicos en el furgón de cola de
los que menos saben, se debe a que hay una percepción del colegio más parecida a
un almacén de niños, en donde esperan a que sus padres terminen de trabajar, que
a un lugar en el que se aprende, se estudia, se avanza y se prepara uno para que
el día de mañana no le pille sin novia, sin hermanos y con los padres a cuestas,
como le pasa a los chinos, y a ser posible con alguna capacidad para ser útil a
los demás. El Gobierno acaba de agudizar el problema al obligar a los
funcionarios a salir a las seis de la tarde, como si fuera para llegar antes a
casa a dar el biberón, una política que ya se hizo en la época de los planes de
desarrollo para que no se fueran a Alemania tantos españoles y trabajaran aquí
en el tiempo que libraban los que tenían trabajo, y lo hicieron los franceses
con la semana de 35 horas, y sólo lograron que el que tenía trabajo pudiera
tener otro más en el horario de descuento, meterle tres o cuatro horitas de
camarero, de acomodador en la primera sesión, llevar las cuentas del negocio de
un vecino o ponerse el mono y cambiar los neumáticos a los coches en el taller
de su cuñado. Todo negro, en machacantes de 500 euros, con los que se llega
mejor a fin de mes, porque el Gobierno no ha subido los sueldos Y la
productividad tiende a cero cuando pagan más de seis a diez que de ocho a seis.
Y los niños, que esperen, porque de alguna parte hay que sacar lo necesario para
darles de comer hasta fin de mes.