Según las conclusiones del típico estudio sobre el comportamiento de los niños que se basa en el seguimiento durante cuatro años de 72.845 niños de entre 13 y 15 años de las seis regiones geográficas mundiales establecidas por la OMS, los investigadores definieron como “activos físicamente” a aquellos niños que practicaban ejercicio durante al menos una hora diaria, cinco días a la semana, además de las clases de educación física en el colegio.
Del mismo modo, se clasificó como “sedentarios” a aquellos niños que dedicaban tres o más horas al día a ver la televisión, jugar a la consola, o ‘chatear’ en el ordenador, sin tener en cuenta el tiempo que pasaban en el colegio o haciendo los deberes. Bajo estos baremos, el estudio estableció que sólo el 20 por ciento de los niños y el 15 por ciento de las niñas hacía “suficiente ejercicio diario”. La cosa no tendría mayor importancia, si no fuera porque aplicarle ese baremo a los mayores daría unos niveles de sedentarismo seguramente mucho más elevados. Habría que decir que los niños hacen lo que ven que otros hacen, y que si se pasan las horas pegados a las pantallas, no son más que las que se pasan sus progenitores, aunque sí son más variadas porque se reparten entre la tele, la consola y/o el ordenata, mientras que sus progenitores son más proclives a no cambiar de canal y engancharse a Ana Rosa o al fútbol, sin moverse de la silla durante horas.
Son los médicos los que han puesto de moda que hay que andar una hora cada día y beber dos litros de agua durante ese periodo de tiempo. Se lo dicen a los prejubilados, a los sesentones y a todos los que ven que no tienen otra cosa que hacer más que intentar convertirse en “físicamente activos”. Los médicos dicen que los principales enemigos de la salud pública son los coches, los ascensores y la televisión. Si fuéramos andando a todas partes, subiéramos y bajáramos las escaleras hasta y desde el piso correspondiente y no no sentáramos tanto a ver la tele, sencillamente no habría obesidad, ni sedentarismo.
Así cualquiera predice el fin de la obesidad, aunque no esté documentado que entre los hombres de las cavernas no hubiera también algún gordo que otro, aunque no tuvieran coche, ni ascensor ni tele. Lo difícil es saber cómo hacerlo hoy sin pasarse por exceso o por defecto. Posiblemente la solución sea que los expertos constaten que los niños son como sus padres, hacen lo que ven y esas cosas antiguas de que fray ejemplo es el mejor predicador y que no se les puede obligar a los demás a lo que uno mismo no está dispuesto a hacer; y eso es válido tanto para los médicos, como para los padres e incluso para los expertos. A los pobres 72.485 niños a quienes les auscultaron para ver si eran sedentarios o activos se les debían poner los ojos como chiribitas viendo los medios que les instaban a utilizar y el perfil físico de los instigadores.
En esto de la salud pasa como con las notas del colegio: que los padres quieren que sus hijos sea unos matriculones, aunque ellos fueran unos pencones, y quieren que sean listos y guapos y fuertes y activos, pero la cosa no se soluciona sólo diciéndoselo sin haberlo intentado uno mismo antes.