Autor: Rafael GUIJARRO
Posiblemente, una de las razones por las que triunfa Mamma mía! esa película musical, sea que trata de una boda. Hay películas muy buenas con bodas despampanantes pero en ellas suelen suceder también otras cosas. En cambio, Mamma mia! es una boda desde el primer fotograma al último, desde que se envían las invitaciones, hasta después de que los novios digan que sí, y toda la parafernalia de una boda, no ya precisamente como Dios manda, porque lo que manda Dios acerca de este asunto es mucho más sencillo de lo que parece, sino lo que mandan las convenciones sociales acerca de lo que tiene que ser una buena boda; las infinitas cosas que pueden desestabilizar a los novios, padrinos, madrinas, amigos, amigas, sacerdotes, sacristanes, camareros, discotecas, agencias de viajes, hoteles y todo lo que a uno se le pueda ocurrir. Y no sólo lo que se le ocurre a uno y a otra, sino a todo el que se entera de que hay boda a la vista y debe prepararse a fondo para lo que se viene llamando un día inolvidable.
La habilidad de esta película consiste en hilvanar unas canciones que no estaban pensadas para formar parte de un argumento, para que lo que suceda tenga algo que ver con lo que dice la letra de las canciones, lo que ya de por sí conduce a una historia completamente desmelenada, justamente el marco más adecuado para contar la historia de una boda tan disparatada como tantas a las que hemos acudido como invitados e incluso algunos a la suya como contrayentes.
Mamma mia! va a tener larga vida de éxito porque no parece que la moda de esas bodas vaya a decaer. Se juntan todos, desde los parientes lejanos hasta los angelitos de niños encantadores, que se ponen insoportables cuando el asunto se va alargando. No falta nadie en las dos horas de película. El ritmo es muy bueno; las canciones han sido descongeladas tal cual las cantaba aquel cuarteto de suecos que se llamó Abba y puestas en el orden del disparate para que las canten Meryl Streep, Pierce Brosnan y otros que nunca han cantado ni en la ducha, pero que amparados por las maravillas de la técnica, consiguen cantar, bailar, vestirse y reírse como lo hicieron aquellos suecos. Sobrevivir a una boda, incluso a la propia, con ese aroma impenetrable de exuberancia pasadita o pasadísima, con mucho floripondio, exceso y afectación, que es lo que se lleva, se podrá aprender con la peli, y curarse de espanto de cualquier cosa inesperada que pueda llegar a suceder.