Al llegar a su segundo cumpleaños, tu hijo deja de ser ese bebé plácido que te ganaba con una sonrisa, para plantearte nuevos desafíos como padre. Entre los más duros y desconcertantes: las rabietas, que por su intensidad y frecuencia pueden hacer perder la calma al más templado. No es que tu niño haya cambiado de carácter ni que lo estés educando mal; se trata, simplemente, de una etapa normal de su desarrollo que debes conocer.
Por muy desquiciantes que puedan parecerte, es saludable que tu hijo tenga rabietas en torno a los dos años. No tienes que juzgarlo como un niño malo, rebelde o desobediente, ni, por supuesto, culparte a ti por actuar inadecuadamente con él; esta actitud de rabia, protesta y enfado, más o menos virulenta, es propia de la etapa evolutiva que está viviendo. Pero, ¿qué sucede para que reaccione así ante las contrariedades? Tal como explica la doctora María García-Onieva, pediatra del Centro de Salud de Entrevías (Madrid) y miembro de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap), “el origen de las rabietas suele estar en un conflicto entre los deseos de autonomía del niño y las limitaciones que se le imponen a una edad en la que no posee un desarrollo suficiente del lenguaje, para poder expresar con palabras sus necesidades o sentimientos”.
Una evolución normal
Ya sabes que es absolutamente normal que tu hijo tenga de vez en cuando alguna rabieta (la frecuencia varía mucho de un niño a otro, pues hay algunos que acumulan varias en un día, mientras que otros las distancian mucho más). La edad “dorada” de este comportamiento son los dos años, pero los expertos están comprobando cómo, en los últimos años, niños más pequeños, apenas de 12 meses, ya las presentan. En todo caso, es habitual que se produzcan en estos tres primeros años de vida, para desaparecer sobre los 4 años. En principio, “no suele ser necesario consultar con especialista alguno”, puntualiza la Dra. García-Onieva.”El problema puede estar en que algún niño en particular pueda tener rabietas graves por presentar alguna enfermedad psiquiátrica de base. Pero en niños normales las rabietas pasan con la edad”, aclara.
Chilla, patalea, ¿qué hacemos?
Ya sea en casa o fuera de ella, la rabieta de un niño suele ser desesperante. Y aquí llega el gran reto para los padres: no se puede atajar si los progenitores no conservan la calma. Es un reto difícil, y a veces parece casi imposible, pero resulta totalmente necesario. Comencemos por lo que no hay que hacer, según expone la Dra. García-Onieva: “No regañar, gritar ni zarandear al niño porque, además de no solucionar nada, genera más inseguridad y constituye un mal ejemplo. Tampoco hay que intentar razonar con él, porque en ese momento no nos escuchará. Por supuesto, no debe concedérsele lo que quería, para no reforzar su conducta, como tampoco conviene ofrecer premios o recompensas para que abandone su rabieta”, detalla.
Por el contrario, te proponemos este plan de acción: cuando intuyas que comienza la rabieta, trata de distraer su atención a otra cosa. Si es inevitable que se desencadene “la tormenta”, ignora a tu hijo comenzando tú alguna actividad, como leer una revista. Si no cede, puedes conducirlo a algún lugar “neutro” de la casa (o de donde os encontréis), como el pasillo, para que se tranquilice. Debe permanecer ahí un tiempo (un minuto por cada año de edad) y en ese periodo no debes regañarle ni hablarle ni amenazarlo. ¿Y cómo se resuelve todo? “Una vez que ha pasado el berrinche, no se le debe castigar ni gritar, sino darle seguridad y afecto, pero sin mimarle en exceso ni darle ningún tipo de premio, explicándole lo inadecuado de su comportamiento”, subraya la pediatra.
Pero ¿se pueden evitar?
Es muy difícil hacer “razonar” a un niño de dos años, lo sabemos, pero en el día a día puedes llevar a cabo una serie de pautas para minimizar la posibilidad de que se presenten las rabietas. Son las siguientes, según explica la Dra. María García-Onieva:
- Evita las situaciones frustrantes para él. Al igual que nos pasa a los adultos, cuando el niño tiene hambre, sueño o está cansado, se muestra menos receptivo. Por eso conviene rehuir las circunstancias conflictivas que puedan dar lugar a rabietas en esos momentos.
- Establece normas claras, coherentes y constantes. Es fundamental que el niño sepa perfectamente dónde están los límites. Tal como apunta la pediatra, “el que algo se pueda o no se pueda hacer no debe depender del humor que tengan en ese momento los padres. Las reglas deben ser siempre las mismas, independientemente de quién esté a su cuidado: el padre o la madre”.
- Refuerza sus comportamientos positivos. Pruébalo; con los niños es mucho más eficaz el refuerzo positivo que el negativo. Esto significa que si lo alabas y le prestas atención cuando haga algo bien, aprenderá a demandarte por esa vía y no con comportamientos inadecuados como las rabietas.
- Ayúdalo a expresarse. Todavía no domina el lenguaje, pero puedes enseñarlo a expresar sus sentimientos y su ira o frustración mediante las palabras o mediante otras vías que no son las rabietas. En este sentido, tu ejemplo es clave; pues aprenderá de ti la forma en que resuelves los conflictos.
- Avísalo si hay cambios. El bebé necesita rutinas. “Siempre que sea posible, hay que ofrecerle la posibilidad de elegir entre varias opciones disponibles y avisarle, con tiempo, cuando vaya a producirse un cambio de actividad para que pueda prepararse e irse haciendo a la idea”, recalca la pediatra.
Otros desafíos propios de la edad
Además de las rabietas, tu hijo te sorprenderá con otros comportamientos ante los que deberás desplegar toda tu paciencia.
• ¿Por qué?, ¿por qué?… Pero ¿por qué? A esta edad, el niño está descubriendo un montón de cosas nuevas. Su perspectiva del mundo se ha ampliado y quiere investigar y entender todo lo que le rodea. Te interrogará mil veces sobre la misma cuestión.
• Terminator. Precisamente por ese afán de descubrir cosas nuevas es probable que destripe algún juguete queriendo verlo por dentro, o que utilice algún objeto de sus padres para sus propios juegos.
• “Yo solito”. Con dos años acaba de descubrir que es una persona independiente de su madre, por eso quiere reafirmar su autonomía haciendo muchas cosas solo (y en el momento más inoportuno, porque no controla la medida del tiempo). También como forma de autoafirmación, habitualmente se opone, de entrada, a tus sugerencias; necesita protestar para expresar su individualidad.
• Los miedos. Al saberse más independiente de sus padres, se siente más vulnerable, por eso necesita de su protección y seguridad más que nunca. Además, su vida interior y su imaginación se vuelven más ricas, y puede sentir nuevos temores.
• “No quiero más”. La hora de la comida puede convertirse en un campo de batalla. Al niño le resulta casi imposible estar quieto mientras acaba todos los platos, y no siempre las cantidades que se le ponen coinciden con su apetito. Es bueno ser flexible y no utilizar la comida para negociar ni castigar.