Se está generando una especie de odio a los asesores de imagen, a los maquilladores, a la gente que te pone guapo pero artificial, a los que te dicen cómo tienes que decir las cosas para que caigan bien, para que caigas bien, dando por supuesto que si te sacan tal como eres, los que te vean o te escuchen saldrán corriendo ante la visión del monstruo que eres al natural.
Autor: Rafael Guijarro
Los asesores y los esteticistas tienen la mala pata de cambiar todos al mismo tiempo en la misma dirección y así consiguen que cada vez sea más difícil distinguir a una persona de otra. Si todo el mundo cambia de look al mismo tiempo en la misma dirección hacia lo que se lleva, todos llevan los mismos peinados, los mismos zapatos, los mismos pantalones, chaquetas y cazadoras. Incluso con lo que se llaman “cremas reafirmantes”, todos acaban teniendo la misma cara de cemento, tallada a cincel en las tiendas de belleza.
Pero lo malo no consiste en cambiarse de aspecto, sino en hacerlo al mismo tiempo y en la misma dirección que los demás, con lo que deja de haber un verdadero cambio, o una mínima diversidad frente a la uniformidad impuesta por los asesores. Cuando uno mismo empieza a ser de plástico en alguna de las partes de su cuerpo, en su mirada, en su sonrisa, en su conversación, y habla de lo que se habla y se calla aquello de lo que está mal visto hablar, podríamos considerarnos de vuelta a la era victoriana, a la hipocresía como modo de relación, a las buenas maneras de apuñalar al que estorba o se muestra distinto.
La manera más fácil de salir de ahí, y mucho menos costosa que un asesor de imagen, consiste en fijarse en los niños y aprender de ellos esa desenvoltura con la que plantean los asuntos y los resuelven, más allá de que sea lo que les hayan dicho que es lo que hay que hacer. Las preguntas de un adolescente plantean dudas reales, cosas que no entiende, no esas cosas que debería no entender o que tendría que hacerlo de un modo predeterminado o impuesto.
La manera más fácil y barata de salir del ensimismamiento que nos produce la moda consiste en escuchar a los demás, a todos los demás y a las propuestas de cada uno. Y si eso se practica con los niños y adolescentes, también se les enseña a la única manera de no vivir sometidos, que es compartir verdades, dudas y consultas con las personas que nos quieren, antes que hacer caso a quienes quieren sobre todo cobrar y ganarse la vida por conducirnos a la uniformidad, a lo políticamente correcto, y ponernos a la moda que otros han inventado.