Que sí, que no hacen falta más leyes
educativas, que da igual: si no
sabemos nada ni con unas, ni con
otras, de la media docena que se
han aprobado
Autor: RAFAEL GUIJARRO
Poca gente recordará un comienzo de curso tan negro. La idea de fracaso en la
educación primaria y secundaria ha sido tantas veces recordada en estos primeros
días que nadie relacionado con el gremio de los enseñantes y los enseñados podrá
dejar de darse por aludido.
Desde que España forma parte de organismos
internacionales como la Comunidad Europea o la OCDE, lo que antes hacíamos a
solas y nos lo guisábamos y lo comíamos entre nosotros, ahora ya no es posible.
Lo que hacemos ahora, se compara con lo que hacen los demás, y esos organismos
establecen rankings para todo.
Horrible palabra, ranking, que te pone en
antepenúltimo lugar, sólo por encima de Portugal y Grecia, y a veces peor. Y ahí
te quedas a rumiar el fracaso, aunque puedas decir que, pese a todo, el avance
educativo en España ha sido importante, válido, interesante, creciente,
positivo, asumible, relevante, destacado, y todos los adjetivos de sesgo
positivo del diccionario, el ranking te lleva a ser el antepenúltimo en casi
todo, y sólo vas de los primeros cuando se hace al revés. Fracaso educativo,
abandono antes de acabar, números uno en repetidores, en estados anímicos de
desgana de profesores y alumnos, en mala escolarización de los retrasados, los
disminuídos, los inmigrantes.
Así que ¡bienvenidos al cole! Este año, todo va
a ser mejor porque ya no puede empeorar, y porque tal vez haya llegado la hora
de que padres, profesores, alumnos, Administraciones públicas autonómicas,
locales, generales y todos los implicados de una u otra manera: libreros,
fabricantes de babis, de mochilas, de bufandas y gorros, nos lo empecemos a
tomar mucho más en serio. Que sí, que no hacen falta más leyes educativas, que
da igual: si no sabemos nada ni con unas, ni con otras, de la media docena que
se han aprobado. Que no se trata de echarle la culpa a los demás, a los
políticos tragaldabas, a los profesores poco preparados, a los alumnos flojos,
emporrados, botellonistas y acostumbrados a vivir de papá, a los padres que les
dejan tan sueltos como si fueran cabras locas y no seres humanos.
Todos
estamos en el mismo barco, todos comprometidos con la mejoría de la enseñanza
básica, aunque sólo sea porque nos jugamos el futuro y los chicos acabarán
viniendo a por nosotros y colgándonos de los pulgares, cuando tomen conciencia
de la enorme estafa a la que les hemos sometido en los mejores años de
aprendizaje de su vida, con el cuento de que la culpa es de los demás, que son
los que tenían que haberlo hecho bien.