Que no tenemos el mejor sistema educativo del mundo no es un secreto para nadie. En lo que no parecemos ponernos de acuerdo es en las razones por las cuales dejamos a más del 30% de los alumnos sin el título educativo mínimo. Pero el fracaso del sistema se encarna de manera muy dura en casi un tercio de cada generación de adolescentes.
Lo que todo padre quiere, primero, es que no le toque a su hijo. En principio no es fácil, si pensamos que las probabilidades son una de cada tres. Y más si constantemente nos están diciendo que los estudios de los padres determinan los resultados de los hijos: si uno ha estudiado, no hago nada, que el niño aprobará; si no lo he hecho, no hago nada, que el niño suspenderá. Pero no es así, lo que importa es lo que los padres y los alumnos hacen.
Por ejemplo, si los padres se esforzaron en buscar información de varios centros educativos antes de seleccionar uno cuando el niño tenía tres años, resulta que el alumno de 14 años tiende a suspender menos. Y si los padres se implican poco en la educación de los hijos, tienden a suspender más. Por supuesto, si el alumno estudia y procura no tener problemas de comportamiento en el centro, resulta que suspende menos (ya sabemos que no le sorprende, pero si escuchara ciertos discursos…).
El Estudio al que nos estamos refiriendo, realizado por Funcas, también incide en la importancia de la televisión. Hay varios estudios que relacionan el consumo excesivo de la TV, sobre todo si el alumno la tiene en su propio cuarto, con una caída del rendimiento.
Pero este es el primero que relaciona el excesivo consumo de televisión de los padres –más de dos horas diarias– con una caída del rendimiento de los hijos. No es, por supuesto, un efecto directo, sino un indicador probable de un perfil que no favorece mucho la implicación con los resultados escolares. En fin, se trata de ver cómo las actitudes positivas y los actos realizados en consecuencia son más importantes que las dificultades del entorno.