Mi hijo tiene 10 años y desde los 3 ha sido tratado por psiquiatras, neurólogos, psicólogos y terapeutas, pero nada. En este momento está con carbamazepina de 200 y fluoxetina en la mañana. Lo que me preocupa es que es demasiado agresivo, ha llegado a golpearme a mí y a su hermanos. Se cela, me grita, hace unos espectáculos deprobables y me está deprimiendo mucho. Siento tirar ya la toalla y por mí lo dejo en un internado para su bien, el mío y el de mis dos hijos pequeños, ya que la niña de 5 años empieza a copiar sus comportamientos. Mis noches son agotadoras porque no duerme. En el colegio este año mejoró un poco, pero está repitiendo y a sus compañeros los tiene asustados. La verdad, ya no tengo ni idea de qué hacer, los castigos no funcionan y estoy volviéndome agresiva con él. Por favor, guíenme.
Johanna Bulla. Colombia
Estimada señora, en primer lugar quiero hacer un comentario sobre el título de su carta en el que indica que su hijo tiene un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Es verdad que hay más niños agresivos entre los que sufren este trastorno, pero puedo asegurarle que son sólo una parte; de hecho, en la mayoría de las estadísticas el trastorno considerado agresivo suele ser el negativismo ocasional. Por tanto, es poco probable que la agresividad que describe en su hijo se deba principalmente a que padece un TDAH. Para evitar que la agresividad se transforme en violencia dañina, hay mecanismos que la controlan tanto naturales como culturales. Inversamente, también hay mecanismos naturales y culturales que la activan. Cuando un niño ejerce violencia contra los demás, alguno de estos mecanismos está fallando.
Uno de los sentimientos básicos que controla la agresividad es el apego. El apego más importante es el que sentimos hacia nuestros padres y especialmente hacia la madre. Si no hay suficiente sentimiento de apego, la agresividad puede controlarse por el temor, pero controlar sólo por el temor es sembrar la semilla de una mayor agresividad futura o dañar profundamente el desarrollo de la personalidad del niño. El niño sin sentimientos de apego será incapaz de evolucionar hacia el amor. Cuando nos encontramos con un niño violento surgen numerosas preguntas. En este caso: ¿tiene el niño un apego sano con su madre y demás personas de la familia? ¿Han marcado los padres los límites de la conducta suficientemente? ¿Está el padre ausente y la madre sola? ¿Hay conflictos psicológicos con los miembros de la familia que desencadenen agresividad?
Hay niños que generalmente no han desarrollado suficientes sentimientos de confianza en los demás, que desarrollan a cambio una necesidad exagerada de sentirse poderosos y, por tanto, de dominar. Este sentimiento puede ser el origen de su violencia alimentando y desatando el instinto animal de dominio. Otros niños son agresivos porque culpan a otros de algo malo. No es raro encontrar hijos de padres separados que culpan a uno de ellos de la ausencia del otro. Estas situaciones pueden enlazar con sentimientos de rencor y venganza. No son raras tampoco las situaciones en las que la violencia comenzó por celos, generalmente de un hermano recién llegado, que hicieron sentir al niño que era menos querido. Estas situaciones son más graves en niños que anteriormente fueron excesivamente mimados. Como sucede en las situaciones de celos, siempre que sufra el sentimiento de autoestima del niño puede producirse violencia. También las amenazas al sentimiento de identidad pueden producir violencia. Esto ocurre en niños que se sienten ignorados o suplantados en sus opiniones o deseos por otras personas.
Aunque habitualmente la violencia en el niño se produce porque reacciona a algún conflicto, hay que considerar que las conductas violentas también se aprenden por imitación de malos modelos. Un mal modelo que los niños pueden imitar es el del propio padre que es violento con el niño, dándose muchas veces la paradoja de que lo hace para controlar la conducta violenta del niño. De nuevo aparece la importancia del apego, del cariño y del amor, tres cosas que nacen cada una de la otra, que también deben controlar la agresividad de los padres.
Otras situaciones típicas que desencadenan violencia en los niños son las conductas incongruentes de los padres, tanto cuando se da entre ambos padres como cuando hay incongruencia en el tiempo, de manera que lo que está bien en un momento es reprendido en otro. Los psicólogos suelen hablar de identificar los antecedentes y los consecuentes de la conducta violenta, es decir, comprender qué la ha provocado y qué consigue el niño con ella. Si la respuesta es imprecisa o incompleta, será difícil lograr un cambio.
Independientemente del origen de la conducta violenta, si el niño gana algo con ella tenderá a perpetuarse. Es por eso por lo que incluso cuando los conflictos psicológicos que motivaron la conducta violenta han desaparecido, ésta puede continuar; es necesario entonces reeducar al niño. Para ello es necesario valorar si el niño posee habilidades cognitivas y conductuales suficientes para responder a situaciones conflictivas. Entre éstas destacan las estrategias verbales necesarias para afrontar las situaciones de estrés que a menudo conducen a la violencia y las capacidades de autocontrol que suelen implicar el saber posponer las recompensas y saber considerar, negociar y planificar conductas alternativas. Es especialmente útil que el niño aprenda conductas alternativas a la agresión con las que pueda conseguir sus fines sin perjuicio de nadie.
Es muy importante saber cómo interpreta el niño las situaciones. Los hay que siempre ven malas intenciones en los demás. Conviene corregir este y otros prejuicios que favorecen las actitudes agresivas. Todo ello orientado a que el niño aprenda conductas alternativas a la violencia, sea asertivo y socialmente hábil. Los juegos y otras situaciones cooperativas son muy útiles para lograrlo. Este proceso puede ser difícil en la práctica, por lo que conviene recurrir a la ayuda de un experto.
Por último, considere que la medicación puede ayudar al niño a controlar su impulsividad, pero jamás le enseñará a tener una buena conducta social que le lleve a ser feliz compartiendo su vida con los demás.
JORGE MUÑOZ RUATA