Hoy quiero dedicar este artículo a los padres que consienten que sus hijos pernocten en el dormitorio conyugal y que, incluso, compartan el mismo lecho. La experiencia me demuestra que no se pueden hacer concesiones con el dormir infantil. Y salvo en contados casos de enfermedad que precisan la continuada supervisión paterna, el niño debe salir del dormitorio de sus padres en los primeros meses de vida: mejor a los tres que a los cuatro…
A nadie escapa que el niño, a medida que crezca, utilizará mil y una artimañas para que se le acepte a compartir el dormitorio de los progenitores: “¡No puedo dormir!”, “¡Tengo miedo!”, “Que papá me de un beso”, “¡Tengo sed!”, “¡Tengo pipí!”, “Que mamá me cuente un cuento”, etc. Estos rituales nocturnos de última hora van en aumento en la actualidad y cada vez visito a más niños insomnes, más miedosos y más necesitados de la compañía de sus padres. ¿Razones? La sociedad en general y la familia en particular, crean más situaciones de inseguridad que de seguridad para los menores.
Si el niño llega a compartir el dormitorio de los padres de una manera habitual, pueden suceder varias cosas. Que los padres hagan caso omiso del hijo y realicen normalmente sus actividades sexuales (no es frecuente), con lo cual el niño puede sobreexcitarse por todo lo que observa y oye, o bien que lo hagan furtivamente, con lo cual resultará un acto amoroso descafeinado. Otra posibilidad, es que la presencia del hijo en el dormitorio conyugal “sea un excusa” para que los padres (o uno de ellos) justifiquen no poder tener sus relaciones sexuales, por aquello de que “puede despertarse el crío”.
Hay casos en que es tan descarada la introducción del niño en la propia cama marital, porque ambos progenitores (o uno de ello) desean fervientemente que el hijo duerma en ella. ¿Cómo interpretar esta decisión? Ya lo he dejado escrito en varios de mis libros (especialmente en el último, Tenemos que educar, en el que dedico un amplio capítulo a la educación del sueño infantil) y lo vuelvo a decir aquí: es un claro pretexto para evitar el cumplimiento de las relaciones sexuales. Y voy aún más lejos, porque así me lo demuestra la experiencia: puede ser un signo de que el matrimonio está en vías de ruptura.
Lo que no está del todo claro es si es el hijo quien entra en la cama con la madre porque el padre se aleja o si es el padre el que abandona el dormitorio porque el hijo ocupa su lugar. Y el padre, habitualmente, termina durmiendo en el tresillo del salón…