Es bien cierto: nos hacen abuelos. Es un auténtico regalo que alguien nos hace. Nosotros voluntariamente “nos hacemos padres” cuando nos ponemos a procrear hijos, pero “nos hacen abuelos” cuando nuestros hijos deciden darnos nietos.
En la primera situación, la paternidad, empleamos el verbo de tiempo activo, mientras que en la segunda situación, cuando nos hacen abuelos, empleamos indefectiblemente la voz pasiva. Al fin y al cabo, es un espléndido regalo que nos hacen los hijos entregándonos unos preciosos nietos.
Además, nos lo ponen en bandeja porque estamos en el lugar más propicio para envejecer, en el país por excelencia de las personas mayores y muy mayores. ¿Sabe que España ocupa el cuarto lugar en el escalafón de países más envejecidos del mundo? (Encabeza la lista Japón –con uno de cada cinco habitantes mayor de 65 años–, seguido de Italia y Alemania). Datos recientes de Naciones Unidas sitúan a nuestro país como el segundo más envejecido del planeta en 2050, con un 33 por ciento de la población mayor (Japón, con un 38 por ciento, ocuparía el primer lugar).
En el interesante libro Convivir de mi amigo y colega Luis Rojas Marcos, se pueden leer estos comentarios: “Los lazos entrañables de amor ente abuelos y nietos han constituido, desde siempre, uno de los aspectos más gratificantes y entrañables del hogar familiar. Con los años, la experiencia de ser abuelos se convierte para muchos en un anhelo, una prioridad. La verdad es que cada día más abuelos asumen la responsabilidad de cuidar de sus nietos. Unos ejercen regularmente de canguros; otros se responsabilizan de su custodia a tiempo completo, pues los padres están ausentes o incapacitados por serias dolencias físicas o mentales”.
Los nuevos abuelos se enfrentan a dos retos. El primero es personal, pues deben asimilar, adaptarse y expresar su nueva identidad de abuelo o abuela. El segundo desafío es aprender a negociar con éxito las nuevas expectativas personales, familiares y sociales concernientes a su trato con los nietos. Así pues, el quid está en encontrar el equilibrio entre sus necesidades y deseos como abuelos y el conjunto de las relaciones con sus hijos, las circunstancias del entorno y las tendencias sociales del momento.
Revalorizados estamos los abuelos desde que un presidente del país más poderoso del mundo, Barack Obama, se trajo a la suegra a convivir en familia en la Casa Blanca. Y sobre esto escribía la periodista María Leach en un magnífico reportaje Abuelos y nietos, Sociedad Limitada publicado en el suplemento ES (núm.100, agosto 2009) de La Vanguardia: “De ahí también que el primer presidente afroamericano anunciara que la madre de su esposa (Marian Robinson) se mudaría con ellos a la Casa Blanca, remarcando el importante papel de esta primera abuela no sólo en la crianza de sus niñas (Sasha y Malia, de 7 y 10 años), sino también en su bienestar psicológico, aportándoles una más que necesaria sensación de estabilidad”.
Esta actitud de Obama, ha originado en los Estados Unidos un movimiento de reconocimiento en torno al grandma power (poder de abuela) de Marian Robinson y, en general, de todos los abuelos del país. Pienso que como todo lo que pasa en Estados Unidos tarde o temprano llega a España, también nosotros recibiremos algún día este espaldarazo “político” y reconocimiento “oficial” a nuestro importante papel en la familia. Y esto acontecerá seguramente cuando nuestros presidentes de Gobierno –personas sensibles, siguiendo el ejemplo estadounidense– se lleven a la Moncloa a sus respectivos abuelos.
Decía la genial antropóloga estadounidense Margaret Mead: “Los mejores amigos que he tenido en mi vida fueron personas que también crecieron cerca de un abuelo o una abuela a quien querían”. Con ello venía a decirnos esta fértil autora, que disfrutó de un abuelo o una abuela, o de ambos a la vez, y que lo pasó tan bien que, luego, escudriñando a su círculo de amistades llegó a la conclusión de que éste se había construido a base de personas que tenían el mismo común denominador que ella: también crecieron cerca de un abuelo o una abuela a quien querían.