La obesidad mental, la cultura de la
desmesura, procede del síndrome
del acaparador, la persona que
guarda todo, que tiene miedo a que
un día vaya a hacer falta y no lo tengamos
a mano.
Autor: RAFAEL GUIJARRO
Si se habla tanto de la obesidad de los niños, puede ser para ocultar la obesidad mental de los mayores. Los niños están gordos porque sus padres les atiborran. No son más culpables de comerse la dieta que sus progenitores de ponérsela en la mesa. Y posiblemente todo proceda de que se ha instalado entre nosotros la cultura de la desmesura: cuanto más grande, más contentos. La obesidad de los hijos no es distinta de la obesidad de los coches que compramos. El coche nuevo nunca es más pequeño, no vaya a ser que piensen los vecinos que las cosas van mal. Así hemos vuelto casi a la diligencia de las películas del Oeste, con esos todoterreno a los que hay que encaramarse para ver el atasco de todos los días desde un poco más arriba que los demás, y comprobar con mayor precisión que, si no hay plazas de aparcamiento para los pequeños, mucho menos las habrá para nuestra flamante carroza, urbanizada para no salir nunca al campo, sino para dar vueltas a la manzana incansablemente, sin encontrar en dónde poder dejarla y evitar el llegar tarde a las citas.
La obesidad mental, la cultura de la desmesura, procede del síndrome del acaparador, la persona que guarda todo, que tiene miedo a que un día vaya a hacer falta y no lo tengamos a mano. Que el niño coma un poco más mejor que un poco menos, por si algún día pudiera necesitar echar mano de las reservas, a falta de otra cosa. Que la mujer lleve a los niños al colegio en el 4×4, a pesar de que conduce mejor que tú y nunca hace lo que tu piensas, para que si se choca con alguien, como te pasa a ti, o se salta un semáforo, como haces tú tantas veces, el otro se lleve la peor parte.
Un viejo maestro decía que la vida es como una bañera con los grifos abiertos y el tapón quitado. Si se cierran los grifos, se vacía; si se pone el tapón, se desborda; y si se cierran los grifos y se pone el tapón, se estanca. La obesidad mental es la del que pone el tapón y no cierra los grifos, pero lo que acapara le desborda por todas partes y como ve que lo pierde, agranda el tamaño de la bañera hasta que se vuelve a desbordar y así hasta que se hace monstruosa y ahoga a quien se mete en ella.
Para evitar la obesidad no queda más remedio que dar y recibir, al menos en la misma cantidad, y esos niños gordos, hijos de padres gordos, son el prototipo de la gente a la que sólo le han enseñado a ir a su bola y los demás que se zurzan. Esa cultura crea un mundo de monstruos obesos paralizados por su obsesión de acaparar