A la vuelta de las vacaciones, casi todo lo que hay son enfermedades que se agrupan bajo el rótulo de síndrome posvacacional. La más grave de todas es la depresión de la cuenta corriente, que se suele juntar con la anorexia de la misma y su crisis de identidad, tras haber adelgazado más allá de todo lo esperable.
Autor: Rafael GUIJARRO
En estos años en los que sube todo mucho más deprisa que las mejores previsiones de los mejores expertos, los presupuestos del veraneo que siempre se disparan pueden haber alcanzado velocidades de vértigo, al comprobar como subía la comida, la bebida, la gasolina y, como te descuidaras, el alquiler del apartamento casi día a día, por no decir hora a hora. Y las chuches y los refrescos del chiringuito para cuadrar las pérdidas de la poca clientela sableando a los incautos que se les acercaran.
La cuenta corriente necesitaría en septiembre un tónico con muchas vitaminas que la hiciera crecer rápidamente en volumen y en calidad de vida después de la depresión posvacacional, pero ¿quién tiene liquidez ese mes para inyectársela a la susodicha? Dentro de nada empiezan los colegios y hay que comprar tantas cosas y tantos imprevistos de asignaturas nuevas o de asignaturas viejas recicladas para que haya que comprar libros nuevos, lo que viene a ser lo mismo.
La segunda enfermedad del síndrome es la crisis de morenez, cuando ya no se puede ocultar por más tiempo que sólo han sido unos días y que ese moreno que se cae enseguida no tiene nada que ver con el moreno legendario del lobo de mar, o del picador de piedra, lo que hace años se llamaba “moreno agromán”, cuando todavía las constructoras se dedicaban a construir en vez de a quebrar y los trabajadores de la construcción pillaban un moreno hasta donde les llegaba la marca de la camiseta que ya no se quitaba nunca.
En cambio, la crisis de la morenez de septiembre se aplica tanto a quienes han ido de vacaciones (pocos y poco tiempo) como a quienes han ido al paro a lo largo de este verano y ya no han estado tantas horas al sol, sino a la sombra en la cola del INEM, o a la sombra de alguna comisaría por haber sido pillados in fraganti en algún acto delictivo para redondear las depresiones de sus cuentas corrientes. Los lobos de mar y sus yates no suelen formar parte de los padres que llevan a sus niños a los colegios ni de los obreros del ladrillo, sino promotores y gente así, que también se han ido al garete con su moreno sin poder lucirlo más que en los juzgados de quiebras. Feliz otoño caliente posvacacional.