Por desgracia, los más veteranos de la familia son los eternos ignorados cuando se separan sus hijos, padres de sus queridísimos nietos.
Arthur Kornhaber
Y éstos, los nietos, precisan en estos momentos de zozobra familiar más que nunca de sus abuelos, que siempre han estado a su lado y han sido paño de lágrimas a sus infortunios cotidianos.
Miles de abuelos lloran la ausencia de sus nietos tanto como la de sus hijos cuando se desencadena una separación. En muchos de estos casos, en los que estallan graves enfrentamientos en la pareja, a los abuelos se les prohíbe ver a los nietos y sufren en silencio un conflicto que no han buscado, pero que les da de lleno en el corazón. Y ellos, obviamente, exigen el derecho de seguir ejerciendo de abuelos.
Es un hecho prácticamente generalizado que cuando los abuelos se separan, los niños pierden dos abuelos: frecuentemente los paternos, ya que suele ser la madre la que se queda con los hijos (habitualmente cuando son pequeños, que es lo que acostumbra, hoy por hoy, en nuestro medio). Para la madre separada, la ruptura con el marido le lleva a cortar la relación con los suegros, en su deseo de enterrar para siempre antiguos vínculos. Así pues, es frecuente que la madre (o el progenitor custodio que sea) impida que los abuelos de la otra parte visiten a los nietos. Lo cual resulta muy doloroso tanto para los abuelos como para los nietos, que siguen ligados con lazos de sangre y afectividad y no ven las cosas del mismo modo que los esposos ahora separados.
Y la cosa se complica cuando el progenitor custodio vuelve a casarse. Los niños, aunque aparentemente ganan dos nuevos abuelos que reemplazan a los perdidos, en la práctica (con las honrosas excepciones de siempre) los abuelastros no se sienten especialmente vinculados a sus nietastros, ni estos a aquellos. A la vez que los verdaderos abuelos, los que corresponden al progenitor no custodio, quedan aún más marginados.
Entonces, cuando las cosas se ponen tan feas, a estos abuelos desplazados no les queda otro remedio que acudir a los tribunales de justicia para que se les otorgue el justo derecho a visitar a sus descendientes (como tengo bien expuesto en mi libro Separarse bien). A todo esto, ¡qué pena que tenga que ser un magistrado, una persona ajena a la familia, y no los propios padres, quien autorice a los abuelos a seguir haciendo lo que nunca debería haberse interrumpido!
Con todo, quiero puntualizar que en mi experiencia profesional en bastantes casos de separación –incluso siendo muy traumática y contenciosa–, cuando los abuelos han sabido mantenerse al margen de las trifulcas conyugales de sus hijos y han seguido manteniendo el afectuoso contacto con los nietos, luego, en la etapa postseparación, sus hijos (los padres) reconocen su solvencia y, en consecuencia, les dan luz verde para continuar ejerciendo plenamente de abuelos con independencia del lado en que les haya tocado estar en el conflicto.