Autor: Juan Manuel de Prada
En fechas recientes, quienes nos sentimos concernidos con el destino de la
escuela concertada y, en general, con la calidad de nuestro sistema educativo,
hemos asistido con perplejidad y exasperación al cruce de reproches entablado
entre la Confederación Católica de Padres de Alumnos (Concapa) y la Federación
Española de Religiosos de la Enseñanza (FERE). No es el propósito de este
artículo abundar en las (sin) razones que han alimentado esta controversia,
mucho menos establecer un reparto de culpas y responsabilidades, sino, por el
contrario, recordar a los contendientes (y conste que escribo esta palabra con
desolada tristeza) que sus diferencias, aireadas para mayor inri ante la prensa
(que, naturalmente, no ha despreciado tan suculenta carnaza), sólo benefician a
los enemigos de la enseñanza concertada. Debería bastar esta consideración para
que unos y otros recompusieran la unidad de acción, dando prioridad a lo
sustantivo sobre lo accesorio y reconduciendo una relación que, más allá de las
naturales discrepancias, ha de regirse por un principio de estrecha
colaboración.
Concapa se han intercambiado son de diversa índole, pero
siempre presididas por un obcecamiento un tanto ridículo. Así, por ejemplo, la
Concapa afea a FERE-CECA que no interviniese más activamente en la campaña de
recogida de firmas a favor de la clase de religión; ignoro si hubo colegios
concertados que obstaculizaron dicha campaña (y, desde luego, si los hubo
merecen nuestra más agria censura), pero lo que nadie podrá negar es que muchas
de las firmas recogidas entonces procedían de los centros afiliados a la FEE n
una competición de tristeza sería difícil que no la ganara una top model. Esas
personas alabadas por su belleza representan muchas veces su papel con el gesto
duro y triste de una mirada desvaída. Nadie sonríe en la cultura del aspecto,
hecha para ser visto más como un objeto adorable que como una persona con la que
mantener una conversación. El mito de la rubia tonta ha calado del tal manera
que ya son tontas también las morenas, y los niños y las niñas que las imitan, y
los padres que se untan la cara con esas cremas reafirmantes antiarrugas que te
pueden dejar el gesto atontolinado para dos semanas si fraguan a destiempo en tu
cara. El gesto inexpresivo y la mirada perdida se han apoderado de la cultura
del aspecto como si después de muchos esfuerzos hubiéramos conseguido una
máscara aceptable de nosotros mismos y nos la pusiéramos para aparentar que
somos siempre iguales, aunque la procesión vaya por dentro. No hay como asomarse
al Metro un viernes por la tarde a última hora, cuando las mesnadas jóvenes de
la noche salen para ir al botellón, para verles a todos con ese aspecto
impecable de modelos, hasta que se les oye de qué van hablando y con qué
expresiones, en esa voz muy alta que oculta la inseguridad adolescente del que
no sabe cómo va a caer a los demás esa noche, y estrena posturas, gestos y
miradas en el espejo de la puerta del vagón, mientras circula por la oscuridad
del túnel. La distancia entre el aspecto magnífico y los temas y los tonos de la
conversación, que pondrían colorado a más de un arriero, y a más de dos, es la
que refleja lo que va ganando la cultura del aspecto entre los adoradores de
Brad Pitt y Angelina Jolie, según dicen las encuestas, los más guapos de la
Tierra en este momento, y a los que resulta difícil encontrar un gesto sonriente
en esas fotos que publican de ellos las revistas, junto a las modelos con sus
modelos, y los anuncios de cremas reafirmantes para la piel. Hay chicas y chicos
que piden de regalo para su cumpleaños una nariz nueva o unos pechos más
prominentes, y hay padres que se lo dan, aunque esa nariz estropee la voz y se
vea condenado/a a ese tonillo nasal para el resto de su vida, total para lo que
va a decir, así se estará más callado/a y eso que ganaremos todos. Pero si en
algún momento también los padres se regalaron alguna operación de ese estilo, se
comprende que el silencio sin voces ni risas de la sala de estar, justifique no
hacer otra cosa que mirar en la tele lo que sea. Los padres debemos tener muy
claro que para educar convenientemente a nuestros hijos es imprescindible educar
su voluntad. La capacidad de hacer aquello que es bueno y conveniente aunque no
les guste. Y para lograrlo, no hay otro camino que la disciplina. Pero
disciplina no es castigo o exigencia desmesurada, sino el orden que uno mismo
aprende a imponerse para salvaguardar los derechos de los demás y conseguir sus
propósitos y objetivos. Si entendemos la educación como proceso de formación de
la persona para saber tomar decisiones por sí misma y auto orientarse, deberemos
ayudar al educando mediante la experiencia gradual de ir venciendo dificultades,
de manera que la disciplina se convierta en su RE. Por lo demás, creo que,
tratándose de una iniciativa civil, el protagonismo correspondía a los padres
que desean que sus hijos reciban clase de religión, no a los centros que la
imparten; y, desde luego, el éxito final de aquella iniciativa fue, sobre todo,
un éxito de la sociedad civil que no se resigna a dimitir de sus derechos.
Considero que es un motivo de orgullo para la Concapa haber promovido esta
iniciativa; y si la Concapa estima que la colaboración de algunos centros
afiliados a la FERE no fue tan entusiasta o diligente como esperaba, existen
cauces discretos para expresar la pertinente queja. Todo menos airear los trapos
sucios, para ganancia exclusiva de los pescadores taimados que gustan de pescar
en río revuelto.
Otro éxito incuestionable de la Concapa y del resto de
organizaciones convocantes fue la manifestación del pasado 12 de noviembre.
Desde esta y otras tribunas hemos aplaudido aquella convocatoria y subrayado la
justicia de sus reivindicaciones. Pero el éxito de aquella empresa no debe
instalarnos en la complacencia. Exigir la retirada global de un proyecto legal
para cuya aprobación el Gobierno cuenta con la aritmética parlamentaria de su
parte se nos antoja un ejercicio de maximalismo utópico que a nadie beneficia,
salvo a la facción política opositora. En este sentido, la labor negociadora de
la FERE debe también ser aplaudida sin ambages, como complementaria de la
protesta ciudadana. Pues, por un lado, ha contribuido a desvincular las justas
reivindicaciones de la escuela concertada de tal o cual bandería política; y,
por otro, ha introducido en el texto legal importantísimas correcciones en
materias tan esenciales como la definición de la libertad de elección de centro,
la salvaguarda del carácter propio de los colegios concertados, el estatuto
jurídico de los profesores de Religión, la auténtica complementariedad de la red
escolar concertada y su régimen de financiación. Por supuesto que dichas
correcciones no convierten el bodrio de la LOE en un dechado de bondades
jurídicas; pero negar que las negociaciones promovidas por la FERE han
contribuido a limar algunos de los aspectos más agresivos de la LOE constituye,
nuevamente, un ejercicio de maximalismo obcecado.
Los cristianos primitivos
provocaban la admiración de los paganos que, al contemplar su estilo de vida,
exclamaban: "¡Mirad cómo se aman!". Resulta lastimoso (y también contrario a las
enseñanzas del Galileo) que los representantes de la escuela católica provoquen
la rechifla de sus enemigos, que exclaman: "¡Mirad cómo se tiran los trastos a
la cabeza!".
Un poquito de cordura, por favor.