La noche mágica ya pasó. Los menudos –y también sus mayores – han disfrutado de lo lindo con lo que les han dejado los espléndidos Magos de Oriente. Y al chaval que no le han traído todo lo que había pedido en la carta, se le ha dicho que los juguetes ausentes han ido a parar a manos de otros niños que no tenían ninguno. Y se ha conformado, porque los niños son altruistas por naturaleza. Pero, hay que enseñarles a compartir desde bien pequeños.
A todo esto: ¡qué manía les ha cogido a algunos padres y maestros que les sueltan a la primera de canto que los Reyes Magos es una costumbre anacrónica que tiene que borrarse de nuestras tradiciones! ¿A santo de qué hacer perder la ilusión infantil en estos reales seres dadivosos que colman de regalos la noche del 5 de enero a los críos que se han portado bien durante el año?…
Yo me pregunto: ¿qué hay de malo en preservar que estos entrañables personajes tarden lo más posible en desaparecer del imaginario infantil? Los papás, los abuelos, los tíos, los padrinos… son los ayudantes de los Reyes Magos, y a mucha honra. Añadan que esta cohorte de asistentes reales son los que “realmente” saben lo que necesitan los niños de cada familia y por esto son ellos los que se encargan de que las peticiones de las cartas a Sus Majestades lleguen a cumplirse.
Todos tenemos la obligación de mantener la bíblica tradición de la llegada de los Reyes Magos a adorar al Niño Jesús. Intereses puramente comerciales están aupando a Papá Noel (que tiene un importante marketing) en detrimento de los soberanos de Oriente. Pocos países además de España mantienen la entrañable tradición de la venida de los Reyes. Que yo sepa, en Europa sólo tenemos a Andorra, y en hispanoamérica a Argentina, Venezuela, Méjico, Puerto Rico y para de contar.
“En España los Reyes Magos se baten en retirada acosados por el francés Papá Noel y el nórdico Santa Claus”, advertía Camilo José Cela en un artículo periodístico; pero también apuntaba nuestro Nobel: “Hay un momento en la vida del hombre, alrededor de los diez años o antes, en que deja de creer en los Reyes Magos, pero después, cuando la vida le zurra, hace esfuerzos por volver a los viejos y reconfortadores sueños”.
Pues eso: ¡a esperar con ansia a que vuelvan el año que viene!