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¿Cómo ha cambiado nuestra idea de ciudad tras la pandemia?

padresycolegios.comSábado, 1 de enero de 2022
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Expertos exploran el uso de los niños y los jóvenes de las ciudades del futuro

La pandemia ha puesto en crisis los modelos anteriores de ciudad y la forma en que niños y jóvenes hacen uso de sus espacios.

 

Por Eva Carrasco

Nos estamos enfrentando a nuevos usos de los espacios, donde ha desaparecido la línea que separa lo profesional y lo privado por el teletrabajo y el cierre de los espacios de ocio ha llevado a los jóvenes a parques y plazas creando problemas de convivencia vecinal y disturbios. Y lejos de fomentarse, ha provocado un aumento del transporte privado en contra de las políticas que tienden a reducirlo. Un nuevo paradigma que precisa de una revisión en profundidad de cómo organizamos nuestras ciudades.

Con este propósito, el ayuntamiento de Madrid ha organizado el proyecto Ideas de Ciudad, un laboratorio de ciudad orientada a la exploración del futuro de las ciudades como espacios de cultura y convivencia de los ciudadanos. “la pandemia y la cuestión medioambiental ha puesto en crisis modelos anteriores” afirma la arquitecta Marina Otero.

 

El fin de la Ciudad Productiva

Las ciudades actuales están organizadas en torno a una visión productiva de la sociedad. “Esto genera un modelo por el que vivimos en áreas residenciales y trabajamos en zonas productivas y nos dirigimos de un lugar a otro en vehículo privado” afirma Izaskun Chinchilla, catedrática de Práctica Arquitectónica. Ella defiende una tendencia que va tomando fuerza en los últimos años de la transformación de la ciudad productiva a la ciudad de los cuidados o ciudad reproductiva donde se da cabida a todos los ciudadanos, incluidos niños o ancianos.

La ciudad productiva está orientada a un prototipo de ciudadano que coincide con el que históricamente ha desarrollado las tareas productivas que generalmente ha sido el varón con medios para la productividad, vehículo propio y en edades laborales que coyunturalmente coincide con los técnicos que han diseñado y desarrollado la ciudad. Frente a esto Chichilla pone sobre la mesa un problema: “nuestras administraciones no comprenden bien en qué consiste el amor entre padres y madres y sus hijos e hijas, cuáles son sus normas; es más, nuestras administraciones no consideran que sea una de sus obligaciones comprender la naturaleza de este amor”. Por esta razón es una firme defensora de La Ciudad de los Cuidados puesto que se dirige hacia una ciudad biodiversa, imprescindible para cuidarnos como sociedad. “Acepta que el cuerpo biológico de los ciudadanos puede tener diferentes edades, diversas enfermedades, estrés, demencia, condiciones cognitivas variadas, que no hablen el mismo idioma… Es capaz de modificarse, mutar y evolucionar para dar la bienvenida y protección a toda esa diversidad ciudadana.” Aquí el ciudadano no es un simple consumidor, sino que fundamentalmente es un agente de acción cívica, que puede decidir, reclamar y votar, que piensa a largo plazo para afrontar una ciudad más diversa.

 

El papel de los niños en la ciudad

Chinchilla comenzó a investigar en La Ciudad de los Cuidados como fruto de su experiencia con la maternidad. En su libro cuenta anécdotas sobre su hijo, al que llevaba a las reuniones y los colegas le preguntaban por qué se portaba tan bien el niño. Solo a los de confianza les contaba que cuando se acababa la reunión, sistemáticamente se iban a una fuente pública, fuera la época que fuera y se quitaban los zapatos y metían los pies en la fuente. El niño tenía la expectativa de saber que estaba en algo importante que su madre necesitaba hacer, algo de trabajo y sabía que luego había una actividad lúdica en la que se iban a permitir saltarse alguna de las reglas que establecen el empleo de la ciudad por pate de los niños. Y es que la arquitecta defiende que, frente a la idea de cuidado de relaciones unidireccionales de los padres a los hijos, el cuidado son relaciones en retícula y multidireccionales. “Mi hijo cuando venía conmigo a esas reuniones profesionales, entendía la importancia que tenía para mí estar concentrada en ese momento para poder realizar un trabajo y me cuidaba permaneciendo tranquilo y entretenido con sus cosas. Y después, yo le recompensaba pasando juntos, un momento que era necesario para reducir mi estrés y para su diversión con lo que era una relación multidireccional en la que un niño con dos años es capaz de cuidar y de corresponsabilizarse de su entorno.”  De esta forma, comienza de una forma temprana a concebir y asentar los cimientos de un sentimiento ciudadano activo donde el niño tiene un rol en el mantenimiento y conservación del bienestar de la ciudad. “Esa constatación empírica que tuve a través de mi maternidad, se desarrolló después en la primera parte del libro que dedico a un proyecto encaminado a fomentar que niños desde edades muy tempranas fueran en bici al cole en un entorno donde descubrimos pautas de cuidado intergeneracional que hacen que el concepto de cociudadanía y responsabilidad temprana sobre el entorno pueda ser activado de una forma mucho más eficaz.”

 

La ciudad de los cuidados

Es muy importante no dibujar La ciudad de los cuidados como una utopía lejana y sin embargo ver cómo podemos transformar las ciudades que ya tenemos alrededor de forma sencilla y con presupuestos de bajo coste. Chinchilla propone oponer al playground, el jardín pixel. “El playground que tenemos ahora mismo está escolarizado porque le decimos al niño cuando tiene que subir, bajar, trepar, deslizarse, segregan por edades y normalmente están en un recinto separado del resto de actividades de la ciudad. La forma en la que realmente los niños juegan y la más productiva para ellos es jugar las 24 horas en itinerarios continuos de la ciudad”. Aprenden de las relaciones horizontales con personas que tienen habilidades diferentes a ellos, con lo cual la segregación por edades está contraindicada y fundamentalmente aprenden de interacciones significativas con el contexto que no están pautadas, sino que son sorpresivas. Entonces vemos que la mejor manera de aprender es contraria a cómo se establecen ahora mismo los playground. Por lo que un ejemplo muy sencillo de cómo reintroducir el juego en la ciudad y esa corresponsabilidad entre los núcleos de convivencia donde todos nos cuidamos entre nosotros, sería incluir pequeños paisajes, que la arquitecta denomina pixeles, pequeños espacios de un trigal, un pequeño estanque, un arenero… en lugares de la ciudad donde el estrés produce mella, no solo en los niños sino en muchos ciudadanos y proponer esas actividades intergeneracionales.

 

Acabar con las plazas duras

Una de las transformaciones más urgentes de las ciudades, en opinión de Izaskum, es acabar con las plazas duras. Esas soluciones sin vegetación, sin apenas mobiliario, con pavimentos minerales que fomentan el efecto isla de calor en las ciudades eran buenos recursos en el pasado porque necesitaban poco mantenimiento. Frente a esto, la gran apuesta es la transformación de las plazas duras en lugares biodiversos donde se da soporte a las diferentes especies animales y vegetales de la ciudad en sus diferentes estadios de desarrollo. Así, poder beber, descansar, permanecer a la sombra, reducir el estrés, darnos una ducha de naturaleza. Ese soporte de la biodiversidad solo se puede producir en lugares muy puntuales de la ciudad porque lamentablemente es muy difícil planificar un corredor de biodiversidad desde el origen. Sin embargo, algunas ciudades lo han conseguido con la transformación de espacios como Madrid Río o los jardines del Turia en Valencia.

Por eso es importante que los pequeños reductos como las plazas aprovechen para convertirse en jardines pixeles, esas islas biodiversas que nos permiten saltar de un punto a otro de la ciudad en un recorrido saludable. Estos son pequeños ejemplos de inversiones muy reducidas que supondrían acciones realmente transformadoras de las ciudades en las que vivimos.

Las ciudades españolas tienen la ventaja de que son ciudades mediterráneas, compactas y continuas que en su origen han sido bastante diversas en sus usos lo que facilita estas transformaciones que nos lleven a necesitar menos el transporte privado.

 

La ciudad de los 15 minutos

En este sentido trabaja lo que se ha denominado La ciudad de los 15 minutos que ya se está intentando implantar en ciudades como París. Miguel Álvarez, ingeniero y experto en movilidad, aboga por este modelo “que significa acercar a la población todas las actividades cotidianas que hay que realizar en un barrio. Es decir, asegurarnos de que en ese barrio existan escuelas, centros de salud, y también actividades de ocio.” Si en 15 minutos andando tenemos todos los usos comunes de una semana, el movimiento pendular diario se realizaría de forma peatonal. Así nos dirigiríamos hacia una ciudad más limpia, con menos atascos y más espacios útiles para el uso ciudadano.

 

Necesidad de conectar

La pandemia ha hecho que hubiera más necesidad de conectar sin poder acercarse. Nuevas formas de relacionarnos de una forma muy consciente, según afirma el arquitecto Javier Peña que habló sobre la ciudad emocional. “Hay más consciencia de la necesidad de estar en el espacio público, de interrelacionarnos, de generar colectivo, de tener espacios de encuentro. Hay una necesidad de plantear cierto optimismo y cierta conectividad entre las personas. Lo principal que ha traído la pandemia es un aprendizaje sobre las medidas de las cosas y la medida de las relaciones humanas y el carecer de ellas nos ha hecho ver lo importantes que son.”

En el diseño urbano hay muchos componentes técnicos que orientan las decisiones urbanas pero hemos perdido la conexión emocional entre las personas que viven en esos espacios. Y de ahí partirá un mayor sentimiento de pertenencia y de cuidado de los espacios.

 

 

 

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