Por Madre Imperfecta
Hay quien tiene opiniones muy sesudas a propósito de si los deberes son necesarios para aprenderse lo de os glóbulos rojos, lo de los afluentes del Tajo y lo de qué pasó en Guadalete allá por el 711. Reflexionan, muy reposados, sobre si generan desigualdad entre las criaturas y debaten si se amplían demasiado las jornadas infantiles, más allá de las seis o siete horas que ya pasan los niños en el cole.
Ellos, muy expertos, dicen todas estas cosas y aportan muchos datos, sobre todo cada inicio de curso, donde ocupan su ratito de rigor en las mesas de tertulianos. Suelen sacar todo el rato a colación a la OCDE, ese espejito donde siempre nos miramos para la cosa educativa y que nos responde, para qué negarlo, que de belleza andamos regular. Al lado de los nórdicos o los coreanos nunca salimos bien parados, maldita sea.
Esta Madre Imperfecta no tiene datos ni informes ni discursos sosegados sobre la (im)pertinencia de los deberes, puesto que bastante tenemos los progenitores de a pie con ir apagando los fuegos de cada tarde. Uno anda tan ricamente leyendo un rato con un café y, sin más ni más, aparece un niño preguntando si el murciano es un dialecto. ¿Cómo? Qué cuánto son (+1) + (-2) -(+5). ¿Perdón? Que para qué sirve el páncreas. ¿Disculpa? Y así todos los días.
Tan a menudo se produce este asalto, que podría crear una asociación de damnificados por tantos cafés malogrados y libros sin leer. No hay derecho; ya está bien.
Hay veces que sólo preguntan la capital de Uganda. O qué es el Día de Muertos en México. Para esos casos, nunca podremos darle las gracias suficientes a la Wikipedia, salvadora de mil y un aprietos en casa de servidora. Pero ay, ahí no acaba todo, ya quisiéramos.
El tema se pone bravo cuando aparecen con la mente nublada a las ocho de la tarde, una hora peligrosa y crepuscular, que raya siempre en la desesperación. Y cuando los filetes están ya empanados, viene un hijo random con una hojita. Ay, la hojita. Y la hojita tiene oraciones. Ay, las oraciones. Y reconoce, desnortado perdido, que no entiende lo de la pasiva refleja. Ay, la pasiva refleja. Qué sudores y qué dolores de barriga, amigos. ¿Y lo de que si sale un tren de Barcelona y otro de Cádiz a no sé cuántos por hora? ¿Cómo voy yo a saber si se cruzan en Motilla del Palancar o en Tomelloso? Qué angustia más grande.
En ese momento la cena ya está echada a perder, eso lo sabe hasta el Tato.
En esos minutos u horas posteriores todo son desatinos y reproches a la criatura mezclados con un desconcierto total. La sintaxis y la red ferroviaria nacional se nos aturullan sin remedio hasta que algún profe de estos que ilustran a los iletrados en YouTube nos devuelve la paz familiar y el sosiego. Con suerte son las 11.
Al día siguiente, todavía exhaustos, estresamos a los niños para que empiecen con los deberes echando leches, no vayamos otra vez a trasnochar. Menuda matraca les damos hasta que cogen el lápiz, abren el cuaderno y los dejan todos finiquitaos. La amenaza, claro, es la de siempre: su poquito de exámenes mezclado con su pizca de notas aderezado con el famoso y aterrador “no querrás repetir, ¿no?”.
Ahora dice el Gobierno que va a suprimir los exámenes de recuperación de la ESO, o sea, los de septiembre de toda la vida que ya en muchos sitios se hacen en junio. En esos días decisivos se intentan apañar los descalabros del curso (si los hubiere). Con esta medida, por lo visto, quieren evitar tantos repetidores porque, oh, sorpresa, lideramos la tasa en toda la OCDE.
A mí todo eso me parece muy bien, pero si los quitan, ¿cómo vamos a hacerles pressing a nuestros hijos para que hagan los dichosos deberes y estudien? Me temo lo peor, qué tardecitas nos esperan…